miércoles, 11 de abril de 2012

LOS REGATERO UNA FAMILIA DE CAPATACES EN LA SEMANA SANTA./ MUS SE ESCRIBE CON M DE MINGOTE.

TÍTULO: LOS REGATERO UNA FAMILIA DE CAPATACES EN LA SEMANA SANTA.

Manuel comenzó hace 60 años en su Gelves natal y sus hijos Manolo y Miguel Ángel han aprendido en Almendralejo y Sevilla .,foto.

Conducir e ir delante de un paso en una procesión, mandar una cuadrilla de costaleros, ordenar con su voz, su vista y su tacto o utilizar el llamador con el que hace llevar a cabo sus órdenes. Esta es la labor de cualquier capataz en los pasos que salen en procesión durante la Semana Santa.
Uno de esos capataces es Manuel Regatero Simón, nacido en la localidad andaluza de Gelves, a pocos kilómetros de Sevilla, donde existe un gran ambiente de cofrades, costaleros y capataces de la Semana Santa. Este sevillano lleva cerca de 60 años afincado en la región y se considera «más extremeño que andaluz».
Nació hace 83 años y en los últimos 60 ha desempeñado su labor como capataz de manera eficaz. Para muestra está su trabajo en este sentido en la Semana Santa de Sevilla, Almendralejo y Zafra. Cuando era joven comenzó a vivir su devoción como costalero, aunque no ha sido su única dedicación pues también ha sido futbolista, entrenador, ebanista y... capataz. Manuel Regatero afirma que se queda con esta última misión pues es con la que más ha disfrutado.
En Gelves comenzó a dar sus primeros pasos como capataz y amplió su formación en la Hermandad de Jesús del Gran Poder de Sevilla con Rafael y Pepe Ariza. «Al vivir, en Gelves me iba a ensayar a la ciudad con el objetivo de aprender a conducir un paso de Semana Santa y a saber mandar», explica Manuel.
Como futbolista jugó en el Gelves, Coria y Real Betis y fichó en el año 1951 por el Club de Futbol Extremadura, donde estuvo ocho temporadas. Después paso por el Mérida, Orihuela y Badajoz. Posteriormente estuvo entrenando al Zafra.
Mientras trabajaba como futbolista participaba en la Semana Santa de Almendralejo con el paso de San Antonio y el Gran Poder, entre otros. En Zafra también desarrolló una labor importante en diferentes cofradías de la ciudad.
Manuel se muestra muy satisfecho «porque he logrado traer los costaleros a los pasos de la Semana Santa de Almendralejo y Zafra, ya que anteriormente la mayoría eran llevados con ruedas», recuerda.
El pasado miércoles era el capataz de la Hermandad del Cristo de la Humildad y Paciencia de Zafra con sus hijos.
«No me retiro mientras pueda y tenga la vista y los pies bien. Continuaré conduciendo pasos de la Semana Santa para poder mostrar mis conocimientos», añade el andaluz.
Indica, además, que para sacar un paso hay que tener mucha fe y responsabilidad. «Yo lo vivo. Incluso he llorado al escuchar tocar a una banda de cornetas y tambores y observo cómo los costaleros llevan el paso al compás de la música».
Sus dos hijos, Manolo y Miguel Ángel, siguen sus pasos y también son capataces. El mayor comenzó primero con él en Nuestro Padre Jesús del Gran Poder de Almendralejo y después, Miguel Ángel aprendió en la Hermandad de Jesús del Gran Poder de Sevilla.
Tres generaciones
Su nieto, Mario -hijo de Manolo- también está dispuesto a continuar esta labor de capataz, y ya va con su abuelo, padre y tío para mantener viva esta tradición en la familia.
«Mi nieto desde pequeño nos acompaña y se agarra a una pata del paso con el objetivo de aprender», explica emocionado Manuel.
Lejos de la Semana Santa y después de su andadura en el mundo del balompié, Manuel Regatero era ebanista y ha realizado importantes trabajos de forma altruista para cofradías y hermandades de Almendralejo y Zafra, entre otras localidades.
De estos trabajos destacan las cruces de guía, coronas de espinas, faroles, parihuelas, soportes para estandartes, peanas y restauraciones de diferentes pasos.
Manuel es uno de los grandes capataces de la Semana Santa, pero no menos son sus hijos, Manolo y Miguel Ángel que además son costaleros y cofrades que disfrutan conduciendo los pasos de la Semana Santa y cuentan con grandes amistades.
El futuro en la familia está asegurado con el nieto de Manuel, el pequeño Mario, que ya observa como su padre, tío y abuelo desarrollan la labor de capataz y sueña con ser él el que algún día guíe los pasos por la Semana Santa.

TÍTULO: MUS SE ESCRIBE CON M DE MINGOTE.

El genial ilustrador no fue un gran jugador de mus, pero el libro que escribió hace más de treinta años se ha convertido en la biblia de este juego de naipes.

Acostumbrado a destacar en todo aquello que se proponía (no por petulancia sino por estar bendecido por el bálsamo que suele embadurnar a los genios), el mus supuso otro hito en el que Antonio Mingote también fue una referencia insoslayable. Exactamente desde hace 32 años, cuando el dibujante alumbró un volumen que desde entonces se considera como una especie de biblia de este juego de cartas, sin duda el más español porque quizás es el que mejor se atiene al carácter de los españoles con unos naipes de por medio. «El mus: historia, reglamento, técnica, vocabulario» ha agotado casi treinta ediciones y ha servido de cartilla donde se ha desasnado una legión de musolaris.

En realidad, Mingote no era un jugador excepcional de mus. En la familia quien de verdad sabía tenerlas en la mano era Isabel, su mujer, dotada de una extraordinaria intuición para el envite taciturno y engatusador cuando llevaba buenas cartas y para el faroleo creíble cuando no. El propio don Antonio lo reconocía con esa modestia congénita e insuperable: «Yo escribí el libro, pero quien de verdad sabe jugar es Isabel».
Aún así, el académico se presentó con ese aura de gran jugador de mus a la que desde 1995 es tenida como «La partida del siglo» y que enfrentó, en la Casa de ABC, a la pareja formada por el maestro Jaime Campmany y su hija Laura con la compuesta por Mingote y Alfonso Ussía. El duelo tuvo una formidable repercusión mediática y social, tanta que llegó a ser retransmitido en directo por el periodista José María García con el micrófono azul de la COPE. La sagrada biblioteca de ABC se quedó minúscula ante la enorme afluencia de público que quiso ser testigo de la justa. Y como un duelo sin padrinos no es un duelo, apoderaron a los contrincantes Adolfo Suárez, expresidente del Gobierno de España, y José María Álvarez del Manzano, alcalde de la capital del Reino. Como era de esperar, los Campmany se alzaron con la victoria, después de que Ussía hiciese legendaria su ya conocida facilidad para palmar al mus.
Dos años después hubo desquite, mismo lugar y mismos protagonistas. Y, como era previsible, se repitió el resultado, pues para entonces ni Mingote había mejorado su técnica ni Ussía había desistido en su pericia en perder órdagos. Pero casi mejor que la partida, de fondo benéfico, eran las vísperas que los contendientes deparaban desde las páginas de ABC a sus lectores y que suponían un verbena de ingenio, vacile y pescozón al ánimo del rival. Así, Mingote pintaba a un orondo Campmany saltando la comba, como cursi entrenamiento para la partida, y el columnista murciano respondía a su pareja rival endosándole un collar de su fértil e imbatible vocabulario: «tuercebotas, minganillas, plumipayos, molondros o hipopilias».
Solo por eso merecieron la pena aquellas dos tardes gloriosas, aquellos dos ajustes de cuentas sobre el tapete verde, que contaron con cronistas postineros y que, pese a su resultado, consiguieron que, para los españoles, mus también se escriba con M de Mingote.

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