lunes, 23 de abril de 2012

PICNIC EN EL HOYO CUATRO./ EL CAJERO VENDE PASTELES

TÍTULO: PICNIC EN EL HOYO CUATRO.

El Old Course de St. Andrews es el campo de golf más antiguo y exlusivo del mundo.. aunque cualquiera puede dar un paseo dominical por sus links.

Los escoceses juegan al golf en dunas cubiertas de pasto desde antes de que Cristóbal Colón descubriera América. Para ser precisos, desde tiempos de Jacobo II, el lejano pariente de Cayetana de Alba que reinó en Escocia entre 1437 y 1460. La anécdota histórica suele ser infalible a la hora de asombrar a los adinerados turistas (la mayoría de ellos estadounidenses) que llegan cada año hasta St. Andrews, un pequeño pueblo a 80 kilómetros de Edimburgo donde se alza el mítico campo de golf «Old Course». Para la mayoría de los aficionados a este deporte, los clásicos dieciocho hoyos de St. Andrews con vistas al Mar del Norte son sinónimo de exclusividad y rancio abolengo.
Pero la fama de elitismo se extiende como una sombra para los propietarios de estos «links», los mismos donde Seve Ballesteros hizo historia ganando el Abierto británico de 1984. «Mucha gente cree que este campo es superprivado, o que tienen que pagar una fortuna para jugar, cuando en realidad es público y casi gratuito», dice Mike Woodcock, portavoz de St. Andrews Links Trust, la fundación que administra éste y otros seis campos en la zona. «Esa fama viene de que junto al campo se alza el Royal and Ancient Golf Club, el club más prestigioso del mundo», agrega.
Privado, aristocrático, centenario,solo abierto a los hombres y caro, muy caro. Así de exclusivo es el Royal and Ancient, el órgano responsable de dictaminar los reglamentos de este deporte en todo el mundo. «Lo más gracioso es que ellos no tienen campo propio, sus socios tienen que utilizar el “Old Course", que es público, y de ahí que todos crean que jugar aquí es inaccesible», aclara Woodcock.
Efectivamente el campo preferido de superestrellas como Tiger Wood y Jack Nicklaus está abierto al público y es muy económico (la entrada cuesta una media de 70 libras o unos 85 euros). Pero exigen un mínimo de handicap (24 para los hombres, 36 para las mujeres). Y una infinita paciencia. O lo que es lo mismo, un año de anticipación para reservar una plaza. Cada año, el primer día de septiembre, se abren las vacantes para la siguiente temporada. «Y en menos de 24 horas quedan cubiertas todas las plazas, por eso también hacemos una lotería diaria donde sorteamos entradas durante todo el año», dicen los responsables.
Aquellos que se quedan fuera de la inscripción y del sorteo recurren a una última opción desesperada: acampar. «Pasan toda la noche en tiendas para poder sumarse a un grupo que ya tenga asignada una plaza para el día siguiente... en verano pueden ser más de 60 jugadores cada noche», explican. Aunque los más adinerados tienen sus trucos. Porque el «Old Course» ofrece un paquete «premium», con acceso al campo y estancia de cinco días en un hotel 5 estrellas, por un precio que oscila entre 1.500 y 3.000 libras (1.800 a 3.600 euros).
Lo cierto es que con o sin dinero, la meca del golf tiene abiertas sus puertas siempre, incluso para aquellos que no saben nada de drives, maderas y hierros. Los domingos el «Old Course» se convierte en un parque público vedado a los golfistas. Y sus hoyos, en el rincón perfecto para un picnic con swing.
En la prensa, claro, están como en un día de picnic (¡viva el picnic, ...foto.

TÍTULO: EL CAJERO VENDE PASTELES.

En E.E.U.U., quizás el país más goloso del planeta, están de enhorabuena. Podrán comprar cupcakes, su postre preferido a cualquier hora del día y la noche.
Estados Unidos es el paraíso de los golosos. En sus confines se inventaron el Banana Split y el «brownie». Ellos patentaron la manteca de cacahuete. Sus fuerzas policiales están intrínsecamente asociadas a los donuts y sus acampadas no serían tan memorables sin las largas veladas a la vera de una hoguera donde asar malvaviscos. Pero si hay un dulce del que los americanos están orgullosos, ese es la «cupcake», un postre con un remolino de glaseado sobre una base de bizcocho.
Hasta hace poco, que las pastelerías tuvieran un horario comercial era el mejor aliado de algunos adictos al azúcar. Pero esa muletilla se ha acabado ahora que la pastelería Sprinkles ha puesto en marcha sus cajeros automáticos de «cupcakes». Conocida en inglés como «cupcake ATM», está máquina decorada en tonos pastel parece salida de un sueño de Willy Wonka. En su parte frontal hay una pantalla donde seleccionar el sabor que queremos y ver, gracias a su entramado de cámaras, cómo nuestra «cupcake» completa su recorrido desde el interior del cajero hasta nuestras manos. Todo por 4 dólares, unos 3 euros, la unidad.

Cola de clientes.

Desde que entró en funcionamiento en marzo, el cajero es aprovisionado diariamente con cientos de «cupcakes» de todos los sabores que Sprinkles prepara y de la mayoría de sus ediciones especiales, como la de chocolate irlandés para San Patricio, la de calabaza para Halloween y Acción de Gracias o la de ponche de huevo para Navidad. «Está funcionando estupendamente», comenta Nicole Schwartz, vicepresidenta de marketing de Sprinkles, quien apunta que desde su inauguración la cola de clientes esperando a probar el cajero ha sido constante y que diariamente venden a través de él unas cuantas centenas de sus dulces.
La idea detrás del artilugio es la misma que la de los cajeros automáticos de los bancos: ofrecer un servicio 24 horas. Así, gracias a este apéndice mecánico, quienes tengan antojo de una jugosa «cupcake» no se tendrán que preocupar de qué hora es, de si van acompañados de sus perros —para los que el cajero también tiene «cupcakes» especiales— o de la cola que haya en el interior.
«Concebí la idea de esta máquina tras tener antojos de azúcar por la noche mientras estaba embarazada de mi segundo hijo», explicó al «Washington Post» Candance Nelson, quien fundó Sprinkles junto con su marido en 2005, después de que ambos abandonasen sus carreras en el mundo de la banca para dedicarse plenamente a estos dulces.
Entonces Sprinkles se convirtió en la primera pastelería especializada únicamente en «cupcakes», lo que les granjeó a los Nelson respeto en el sector y convirtió a Candance en una «celebrity» del mundo de las «cupcakes». Entre sus muchos trabajos está ser juez en el concurso «Cupcake Wars», donde pasteleras de todo el país compiten por sus halagos y por la oportunidad de hacerse con 10.000 dólares. Pero lo que más tiempo ocupa a Candance, además de su familia, es ser la imagen de una pastelería conocida por su buen gusto para el diseño, su línea de merchandising y sus colaboraciones filantrópicas.
El primer cajero de «cupcakes» se encuentra en la tienda que Sprinkles posee en Beverly Hills, pero pronto llegará a otras ciudades, como Nueva York, donde la empresa planea inaugurar dos nuevas sucursales. La primera con cajero abrirá este verano en el Upper West Side.

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