domingo, 8 de abril de 2012

HISTORIA 100 secretos del Vaticano, al desnudo./ El mago de la falsificación. EN PRIMER PLANO/ ENTREVISTA EDUARDO MENDOZA ESCRITOR.

TÍTULO: HISTORIA-- 100 secretos del Vaticano-foto-, al desnudo.

Las condenas a Galileo, a Lutero, a los templarios; la ruptura con la casa Tudor, la postura de la Iglesia ante el nazismo... Cuando se cumplen 400 años de su creación, el Archivo Secreto del Vaticano saca a la luz un centenar de valiosísimos tesoros de sus oscuros corredores en una impresionante muestra en el Museo Capitolino de Roma.



Inglaterra
. Año 1530. Un jinete cabalga a gran velocidad, toda la noche sin descanso, para llegar cuanto antes a Roma. Ya ha cruzado el canal de la Mancha, pero le quedan aún más de mil kilómetros hasta el Vaticano. El viento hace volar su pesada capa y no parece molestarle la lluvia que cae sobre él. Este espía del Vaticano tiene una única misión: asegurar que los valiosos documentos que lleva ocultos debajo de sus ropajes en una bolsa de cuero lleguen cuanto antes a manos del papa Clemente VII. Entre los documentos hay uno muy especial. A primera vista, una simple carta de amor, eso si la pluma no perteneciese al cruel Enrique VIII, rey de Inglaterra. Perdidamente enamorado de la joven Ana Bolena, el monarca escribe acerca de su intención inalterable de casarse con ella y promete rezar una vez al día para lograr su objetivo. Como un adolescente romántico firma la carta con la frase «H pretende a A.B. Ningún otro rey», con un corazón dibujado que enmarca las iniciales de la adorada. El papa Clemente VII acabará denegando la petición de Enrique VIII para divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón, y el rey rompiendo con el Vaticano para crear una iglesia nacional, la Iglesia anglicana. Después, lo ya sabido: el rey Tudor se casó con Ana Bolena, a la que mandó decapitar tres años después por no ser capaz de darle un heredero. Pero su carta ya estaba en el Vaticano. Al igual que las evidencias para juzgar a un criminal, su carta formaría parte de las pruebas reunidas contra el monarca que había decidido cambiar violentamente la historia de todo un continente. Esa carta, hasta ayer solo alcance de los papas –ni siquiera de los cardenales–, está ya hoy, por primera vez, a la vista de todos en el Museo Capitolino de Roma, donde el Archivo Secreto Vaticano saca por fin a la luz los primeros cien valiosísimos documentos guardados durante cuatro siglos.


Y es que fue hace ya 400 años, en 1612, cuando Pablo V tomó la iniciativa de fundar el Archivo Secreto Vaticano y ordenar crear la colección que tuvo sus comienzos en el Renacimiento y que hoy cuenta con casi dos millones de libros y ochenta mil manuscritos en 85 kilómetros lineales de estanterías. Se desconoce el contenido exacto de los fondos, tanto por el volumen que habría que examinar como porque hay textos antiguos escritos en idiomas que no se han podido descifrar.



Jinetes como el que llevó la carta de Enrique VIII hubo muchos a lo largo de la historia. Peinaban los bosques y tierras lejanas en nombre de Dios en búsqueda de manuscritos, códices, mapas o diarios de expediciones, extrayéndolos de iglesias y monasterios o de las colecciones particulares de los nobles. Aquellos tomos que no podían comprarse fueron copiados.


Algunas adquisiciones fueron tan polémicas como la de los primeros seis tomos de la obra histórica Anales, que Tácito escribió entre los años 115 y 117. Pese a que era conocido su robo del monasterio de Corvey, el papa León X los adquirió a principios del siglo XVI. Hizo copias impresas e ¿irónicamente? envió un juego a la abadía de Corvey...


La elaboración de algunos de los tomos que se conservan en el archivo, con muchas páginas, era toda una inversión. El pergamino se hacía utilizando piel de oveja o de cabra, y para producir una biblia de lujo como la de Federico da Montefeltro, de 1477, una página podría equivaler a un animal. Los monjes tardaron años en escribir e ilustrar el impresionante códice, haciendo trabajar a su vez en ella a los más importantes maestros de la miniatura. Muchos dibujos fueron realizados con oro y tintas rojas
–hechas con sulfuro de mercurio–, blanco de huevo y goma arábica y, menos frecuentemente, con tinta azul.
Los manuscritos y códices –la gran mayoría de ellos, joyas bibliográficas– fueron almacenados en oscuros, siniestros y húmedos pasillos que no ayudaron a su conservación. Se buscó un entorno que impusiera respeto a los monjes encargados de custodiar el tesoro, un lugar idóneo para encontrar las más oscuras historias de la humanidad, incluyendo monedas de Palestina de hace 2000 años, el tipo de moneda con el que se pagó a Judas por su traición a Cristo.


Pero no todo es antiguo. El siglo XX –generoso en intrigas y complots– también ha aportado una gran colección de documentos secretos de contenidos relacionados con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, fuertemente custodiada. Estos corresponden al papado de Pío XII, al que tocó capear una época tormentosa y al cual se acusaba de no haberse declarado abiertamente contra la deportación de judíos a los campos de concentración nazi, pese a que el Vaticano insiste en que el Santo Padre ordenó a las instituciones católicas acoger clandestinamente a los perseguidos por Hitler. Las rutas clandestinas diseñadas por el servicio secreto de la Santa Sede a lo largo de su historia se invirtieron durante esos años y las `tres fuerzas negras´, –fascismo, nazismo y comunismo– junto con los británicos y estadounidenses, convirtieron el Vaticano en un nido de espías. En un gesto histórico, el Vaticano ha incluido siete documentos de la tal llamada `época cerrada´, con referencia a los trágicos bombardeos del barrio de San Lorenzo de Roma o la matanza de las Fosas Ardeatinas, aunque cuidadosamente seleccionados para reforzar la imagen positiva de la institución. Pero son solo siete documentos de los dos millones que corresponden al periodo 1939-1958. Responsables de los Archivos Vaticanos aseguran que estos archivos serán descodificados en un plazo de dos años, dependiendo de la decisión última del papa Benedicto XVI, a quien, para más inri y a tono con tantas intrigas, querrían asesinar antes de noviembre de este año, según lo ha publicado recientemente el diario italiano
Il Fatto Quotidiano. «Hay una conspiración para matar al papa». ¿Verdad o mentira? Quién sabe. De ser cierto, no sería el primero: León V, Juan X, Benedicto VI, Juan XIV, Lucio II y Celestino V son algunos de los pontífices asesinados a lo largo de la historia. ¿Pasarán otros 400 años antes de que podamos ver los documentos que hace semanas revelaron el complot contra Benedicto XVI? Para misterios, nada mejor que el Vaticano...

TÍTULO: El mago de la falsificación. EN PRIMER PLANO.

Durante 35 años, el pintor Wolfgang Beltracchi falsificó decenas de cuadros de las vanguardias. Y los vendió a precio de oro. Ahora acaba de salir de la cárcel dispuesto a poner en jaque al mercado del arte y sus intereses. Lea, lea.



Los pillaron por un bote de pintura blanca
. la mayor banda de falsificación de arte moderno cayó por un simple bote de pintura.

La obra se llamaba `Cuadro rojo con caballos´. Qué ironía. Beltracchi se había empapado del arte del expresionista Heinrich Campendonk, había absorbido su técnica. Hasta tal punto que pudo pintar un cuadro del que solo se conoce el título, nada más, ni fotografías ni una simple descripción. Años antes, claro, se había inventado la coartada perfecta: un familiar había sido coleccionista en los años 20 y había heredado una desconocida Colección Jäger, que milagrosamente sobrevivió al régimen nazi. Todo iba sobre ruedas: casas de subasta y especialistas caían en la trampa y pagaban millones de euros por obras falsas que luego revendían a precios mucho mayores. Todo perfecto, hasta que Cuadro rojo con caballos se subastó, en noviembre de 2006. Trasteco, una compañía maltesa, pagó 2,88 millones de euros. Jugada redonda. O casi. Ahí entra en escena la pintura blanca.

«Siempre había usado blanco de cinc, muy normal en los tiempos de Campendonk. Solía mezclar las pinturas yo mismo, pero aquel día me faltaban pigmentos, así que cogí un bote, un producto holandés; por desgracia, no decía que contenía una pequeña cantidad de blanco de titanio», cuenta el propio Wolfgang en una entrevista con el semanario alemán Der Spiegel. Blanco de titanio es lo que apareció en el análisis científico encargado por los nuevos dueños de Cuadro rojo con caballos. Y el blanco de titanio no existía en 1915, cuando se pintó el original perdido. Un fallo imperdonable que abrió el camino a la cárcel.

Hasta ese momento había sido cuidadoso. Siempre usaba productos de la época, incluidos marcos y lienzos. En los últimos años, cada vez le pedían más documentación que respaldase esa Colección Jäger de su invención. Beltracchi llegó a `fabricar´ fotografías en blanco y negro, realizadas también con cámaras y películas de época, en las que sus falsificaciones aparecían colgadas en un típico salón de los años 20. Max Ernst, Fernand Léger, Heinrich Campendonk, André Derain, pintores franceses y alemanes sobre todo. «Puedo pintarlo todo», asegura. «¿Leonardo? Claro. ¿Que por qué no lo he hecho? No podría venderse».

El truco de la colección perdida ya lo había usado antes, en los 80, y también con su socio Otto Schulte-Kellinghaus, quien decía haber heredado de un abuelo obras compradas durante los años 20 a marchantes y galeristas alemanes. Misma mecánica, idéntica minuciosidad y, sobre todo, un talento fuera de lo normal.

Wolfgang heredó el talento de su padre, un pintor de iglesias y restaurador de Aquisgrán. A los 14 años, su pequeño ya era capaz de reproducir un Picasso en una sola tarde. «Cuando dibujo o cuando miro un cuadro, se activa una especie de mecanismo que me permite ver las cosas de una forma distinta a los demás», asegura Beltracchi. Para él, el requisito más importante para falsificar una obra de arte es «capturar su esencia», absorberla «hasta poder entenderla visualmente sin necesidad de pensar en cómo fue creada». Esa mirada, ese don, le abrió las puertas de la escuela de arte de Aquisgrán. Pero eso no era lo suyo, demasiado aburrido, dice ahora. Corrían los primeros 70 y el joven Beltracchi prefería viajar por Europa. Pintaba en las aceras para sacar algo de dinero y conseguía en una semana más que su padre en un mes. También pintaba cuadros de los maestros antiguos, luego de art nouveau y expresionismo, los vendía en mercadillos y se iba de viaje otra vez.

En aquellos años 70 también pintaba sus propios cuadros, pocos, ultrarrealismo. «Disfrutaba pintando mis propios temas, pero era mucho más fascinante pintar las obras no pintadas de otros artistas», recrear su estilo de una forma tan perfecta que no solo engañaba a los expertos: según cuenta Beltracchi, Dorothea Tanning `viuda de Max Ernst y pintora ella misma´ llegó a decir que una de las falsificaciones de Beltracchi era el cuadro más hermoso pintado por su marido. Para reproducir un cuadro de André Derain, máximo representante del fauvismo junto con Matisse, Beltracchi leyó toda la literatura sobre el artista, fue a museos para ver los colores originales y estudiar los trazos. También visitó Collioure, la localidad costera donde Derain pasó el verano de 1905 y donde pintó sus cuadros más cotizados. «Quería encontrar el centro creativo del autor y familiarizarme con él para ver a través de sus ojos cómo surgían sus pinturas y también para ver el cuadro nuevo que yo iba a pintar».

Su carrera estuvo a punto de acabar en los años 90. La Policía de Berlín estaba investigando a un par de marchantes de arte de Aquisgrán especializados en obras de expresionistas alemanes, incluido Campendonk. En sus pesquisas descubrieron que la mayoría de las 21 falsificaciones localizadas eran obra de un tal Wolfgang Fischer. Para entonces, el falsificador ya había conocido a su mujer, Helena Beltracchi, y había adoptado su apellido. El matrimonio se movía mucho, viajaba por todo el mundo. La Policía no pudo encontrar a Wolfgang Fischer. Poco después nació la Colección Jäger y la siguiente tanda de pinturas. Llegó un falso Niña con cisne, de Campendonk, subastado por Christie`s; luego, la residencia en Friburgo y la mansión francesa rodeada de viñedos, las fotos trucadas y más falsificaciones; y Cuadro rojo con caballos... y un bote de pintura blanca. A aquel error lo siguió una cadena de demandas que terminó con la detención de Wolfgang y su mujer en agosto de 2010. Se avecinaba un juicio de enormes proporciones.

Los especialistas identificaron 55 cuadros dudosos aparecidos en el mercado desde los 90. Las dificultades para determinar la falsedad de unas obras que habían engañado a expertos e incluso a esposas de artistas hicieron que el caso se redujera a 14 cuadros, que le habrían reportado al matrimonio unos 16 millones de euros. Sin embargo, el fraude total alcanzaría los 34 millones debido a las subsiguientes ventas. Porque los cuadros se mueven. Son una máquina de generar dinero. Para los Beltracchi y su socio Otto, sí, pero también para las galeristas o para expertos como Werner Spies, quien certificó la autenticidad de varias obras pintadas por Wolfgang Beltracchi, o para las casas de subastas como Christie`s, que las ofrecen a un mejor postor que a veces son coleccionistas privados y a veces empresas con oscuros inversores. Un cuadro falso es como un billete falso, debes denunciarlo, pero también puedes intentar colocárselo al tendero. «Nadie quiere que un cuadro sea una falsificación», remata el propio Beltracchi. Esta afirmación resume un mundo que solo ve arte si se le puede sacar dinero, un mercado alocado que mueve miles de millones, en el que se especula como con el petróleo o los pisos. Todo este entramado explica que la defensa de los Beltracchi alcanzara un acuerdo con la Fiscalía tras solo nueve días de juicio oral. Beltracchi reconocía haber vendido las 14 obras cuestionadas y aceptaba el pago de una indemnización y una condena de seis años de prisión para él y cuatro para su esposa. La sentencia se dictó el pasado octubre y los Beltracchi han conseguido ahora que se les conceda el régimen abierto. Para ello, Wolfgang ha tenido que hacer algo que nunca imaginó: buscarse un trabajo de verdad. El artista trabajará en la tienda de fotografía de un amigo. «Para unos, soy un criminal; para otros, un artista. Desde un punto de vista legal, soy un criminal condenado. Pero yo no me veo como tal».

La Asociación de Galerías Alemanas se lamenta de que este fallo impedirá saber cuántas falsificaciones hay circulando por el mundo. Beltracchi no lo dice, pero sí reconoce haber falsificado a unos 50 artistas a lo largo de toda su vida. Según algunos cálculos, el número de cuadros rondaría los 200. Otros creen que podrían ser bastantes más. Millones en pérdidas para ricachones y especuladores, eso es lo que piensan muchos ciudadanos de a pie. Estafar a un millonario es un delito que despierta simpatías. Y si el estafador es un vividor con perilla de mosquetero y, sobre todo, con un innegable talento artístico, se entiende esa ola de simpatía que ha despertado en Alemania y que llevó a un columnista del diario Die Zeit a reclamar una exposición que reuniera todas las falsificaciones de este Robin Hood de los pinceles, de este pintor de cuadros perdidos.

TÍTULO: ENTREVISTA-EDUARDO MENDOZA.ESCRITOR.

Eduardo Mendoza: ``Hemos vivido una época falsa. La crisis era lo de antes. Es paréntesis de riqueza´´.A los 69 años, el escritor catalán reaparece esta semana en las librerías con una nueva novela, `El enredo de la bolsa o la vida´, vuelve su mítico detective loco... Más Mendoza que nunca, hablamos con él en exclusiva.



Resuelto, al fin, el misterio
del estudio del escritor ubicado en cierto passatge de la Barcelona alta. Eduardo Mendoza usa los premios recibidos a lo largo de su carrera para... ¡sujetar las puertas! Lo advierto, perplejo, mientras curioseo por el lugar durante la sesión de fotos. «No lo cuentes, por favor», suplica él, medio abochornado, medio en broma, al descubrirme. «Y si lo haces, no digas cuáles son. Como se enteren, van a dejar de premiarme». Los trofeos, rimbombantes y solemnes, cumplen aquí una misión de lo más trivial. Queda claro que a Mendoza no le gustan las alturas. Vive en un primer piso y prefiere ver sus logros a ras de suelo, aguantando el peso de las puertas para establecer refrescantes corrientes en primavera. Humildad, humor y pragmatismo. Sus tres mandamientos. Válidos para vivir y escribir. Gravedades, las menos. Aquí todo cobra un doble, e irónico, sentido. Nada se salva. Ni la más liviana respuesta de esta entrevista.

XLSemanal. ¿Qué tal ha ido la sesión fotográfica?
Eduardo Mendoza.
Bien. No me he puesto muy nervioso. Lo normal dentro de mi anormalidad. Es que sufro mucho también por los fotógrafos. Yo sé que ellos saben que no me gusta y no les gusta que no me guste. Ahí se crea una relación difícil. No sé posar. Ya sé que tengo que quedarme quieto y hacer lo que digan. Aun así, conviene ofrecer cierta resistencia porque enseguida te piden que salgas en pijama o algo similar que parezca natural. ¡Como si fueran a creerse que abres la puerta al fotógrafo con el pijama puesto!

XL. ¿De dónde le viene esa aversión a hacerse fotos?
E.M.
Soy muy tímido. Y lo que me gustaría es vivir en el absoluto anonimato. Ser el más extranjero de todos los extranjeros. Por eso, me gustan tanto lugares como Nueva York o Londres, donde no hay posibilidad de ser reconocido.

XL. ¿Eso le abruma mucho?
E.M.
Prefiero que no me asalten. Pero también es verdad que son lectores, y nadie tiene tanta importancia como ellos. Está bien que vengan y me saluden. A veces podrían hacerlo desde la otra acera o evitar traerme una servilleta para que se la firme cuando estoy comiendo. Ellos me dan de comer. Pero mi gusto personal sería ir con careta por la calle.

XL. Ceferino vuelve ahora a nuestras vidas y lo hace en un momento bastante peculiar, por crítico. ¿Era necesario?
E.M.
[Sonríe]. No sé si necesario, pero, de vez en cuando, este personaje es el que me ha ido permitiendo hacer crónica de mi propia vida en relación con lo que pasa en la realidad. La primera vez salió de pura casualidad y casi él solo de los primeros momentos de la Transición, de lo que era aquel desconcierto, y luego ha ido apareciendo sucesivas veces. Ahora también lo ha hecho, aunque estaba escribiendo otras cosas. No lo tenía ni siquiera en mente. Se me cruzó. Y lo escribí todo seguido y bastante rápido.

XL. Hay mucho de autobiográfico en el personaje, supongo.
E.M.
Claro que sí. Es mi contrafigura. Mi manera de pensar, mi forma de ver el mundo y mi liberación. Yo soy una persona muy educada y reprimida. Digamos que este hombre es mi parte loca, mi desinhibición.

XL. ¿La literatura de humor le sirve como terapia?
E.M.
Es mi modo natural de expresión y reprimirlo sería traumático. Pero yo no me lo aplico como algo consciente. Ahora ya no se dice tanto, pero los escritores siempre tenían conjurados fantasmas. Yo no tengo y, si los tengo, están en el armario. Ya nos entendemos ellos y yo.

XL. Sin coñas. ¿Saldremos de esta sin acabar como en Grecia, quemando contenedores?
E.M.
Ojalá te lo pudiera decir. Ni idea. Quemar contenedores es estéticamente feo, pero puede ser peor. Yo estaba en Argentina cuando sucedió el `corralito´ y esa imagen me ha quedado muy presente. Sobre todo porque, cuando estaba allí, pensaba: «Esto es algo que a nosotros nunca nos podrá ocurrir». Y ahora ya no estoy tan convencido [sonríe].

XL. ¿Qué indigna, hoy por hoy, a Eduardo Mendoza?
E.M.
Mira, indignar, indignar, ya no estoy para indignarme, pero porque no me pongo en una posición de magisterio. Creo que hemos sido muy estúpidos, pero no más que a lo largo de todos los tiempos. Si pensábamos que habíamos avanzado en muchos terrenos, pues no, no es verdad. Y ahora pagamos las consecuencias de la estupidez.

XL. ¿Por qué hemos dejado que políticos, banqueros y demás `expertos´ nos hayan metido en este hoyo?
E.M.
Porque nos daban una buena propina y con eso nos conformábamos. Todos hemos vivido muy bien en esta época falsa. Ahora no hay crisis, sino normalidad. La crisis era lo de antes. Ese paréntesis en el que vivíamos pensando que nos había tocado una lotería que no sé quién sorteaba.

XL. Un ejemplo: un exchófer declara que gastó 25.000 euros mensuales en comprar cocaína para su jefe, exdirector general de Trabajo. Visto así, se lo ponen fácil al `humorista´.
E.M.
Sí. Por otra parte, te obligan a pensar en qué mundo estamos viviendo. No tanto porque se desvíen fondos para fines personales, sino porque haya alguien que lleve 25.000 euros de cocaína encima para llevárselo a un cargo público. Ahí se rompe toda regla del efecto y la causa.

XL. ¿El horror solo puede ser contado a través del humor?
E.M.
Así es. El humor permite verlo todo bajo su prisma. Hay, de hecho, mucha literatura de humor con la guerra, con los campos de concentración. Sobre todo en Centroeuropa. Los judíos tienen mucho sentido del humor y, además, saben lo que es estar en situaciones horrorosas. Con lo cual han inventado una literatura que reúne las dos características. Y nos han enseñado a ver las cosas así.

XL. ¿Tiene límites ese humor?
E.M.
Sí, claro que sí. Hay que hacer un humor que se entienda como tal. Sin infantilizar al receptor. Lo importante es avisar de que se está haciendo humor.

XL. Evitando, por lo que pueda pasar, un estilo pomposo.
E.M.
No quiero generalizar. Pero hay escritores que necesitan recurrir a eso. Y me parece bien, siempre que haya ahí una necesidad personal o temática. Hay libros aburridísimos que, curiosamente, son muy buenos y que hay que leer con satisfacción. Como yo escribo novelas de humor, todo el mundo piensa que soy el enemigo de la literatura seria, y que cada día quemo en efigie a Henry James. Y es todo lo contrario. Lo admiro mucho.

XL. ¿Cómo lee?, ¿en papel de toda la vida o en pantalla?
E.M.
De momento sigo con el papel. Más que nada porque tengo demasiados libros atrasados, sería absurdo cambiar. Pero lo veo bien. Yo leo libros muy gordos. Me gusta ese tipo de literatura. Es un engorro para viajar. Estoy esperando el momento de comprarme un Kindle. Que eso acabe con los derechos de autor es otra cuestión. Ya veremos qué pasa.

XL. ¿Y qué puede pasar?
E.M.
Es posible que disminuyan de una manera considerable. Con lo cual habremos vuelto adonde estábamos cuando yo empecé a publicar. He tenido la suerte de haber vivido el único periodo de la literatura mundial y universal en que se ha cobrado bastante bien por escribir. Antes había que ser un bohemio e ir `gorreando´ cenas o buscarse a un Duque de Osuna para escribir. Un mecenas.

XL. No me diga más. ¡El exdirector de Trabajo!
E.M.
[Carcajada]. Sí, a lo mejor sí. Acabaremos pidiéndole, por favor, que no se lo gaste todo en droga y deje algo para publicar algunas novelas.

XL. ¿Y lo de `twittear´, entra en sus planes?
E.M.
No, ya no tengo tiempo para más cosas. Cuando acabo de leer el periódico, ya casi es la hora de irme a dormir. No tengo tiempo. Me fascina que la gente, además de leer periódicos, leer revistas y trabajar, saque tiempo para contar que se ha estado lavando los dientes y que, por otro lado, haya alguien con interés en leerlo.

XL. He visto que sigue algunas teleseries, como Los Soprano o The Wire, en DVD.
E.M.
Me encantan, me encantan. Yo estoy convencido de que es en la televisión donde se está haciendo la mejor narrativa del momento.

XL. ¿Sigue la literatura en catalán?
E.M.
Sí. Pero tan poco y tan mal como la que se hace en castellano o en cualquier otro idioma. Tengo demasiados frentes abiertos.

XL. ¿Cuándo dejó de tener presiones para escribir en catalán?
E.M.
No las he tenido nunca. Y creo que aquí no las hay. Me sorprende un poco la visión que hay fuera de Cataluña de la realidad. Hay aspectos en los que sí se puede hablar de conflicto, pero son muy concretos y ocurren de vez en cuando, como las visitas del cometa Halley.

XL. Recuerdo ahora cierta feria de Fráncfort que acabó como el rosario de la aurora.
E.M.
Fue uno de estos pasos del cometa Halley. Hubo ahí malentendidos, manipulaciones y muchas cosas que no debieran haber ocurrido. Yo creo que la culpa la tuvo Fráncfort. Plantearon mal la cuestión y sembraron una cizaña totalmente innecesaria.

XL. ¿Cuánto queda para que esta ciudad se convierta en un enorme bazar chino?
E.M.
No lo sé. Habrá frenazo y vuelta atrás. El bazar chino es un símbolo, pero real. Un día nos daremos cuenta de que las cosas que valen dos euros duran dos días [sonríe].

XL. «A menudo no sabes de qué te están hablando y ya te la han metido, como decía Sin Tzu». ¿De dónde ha sacado ese refrán?
E.M.
No sé si te sorprenderá que me lo haya inventado [sonríe irónico]. Siempre me ha hecho mucha gracia esta pseudofilosofía oriental que consiste en encontrar atajos a los grandes problemas metafísicos. Y, además, lo arreglan con un par de clases de budismo zen.

XL. Del jefe de Gurb, el de Sin noticias de Gurb: «No hay gente en la tierra más aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer algo, se harían los amos del mundo».
E.M.
[Ríe]. Eso lo escribí hace muchos años. Pero aún no he encontrado motivos para cambiarlo.

XL. Ahora que lo pienso, si cambiamos catalanes por chinos funciona igual, ¿no cree usted?
E.M.
[Sonríe y mantiene un silencio cómplice].

XL. República Popular de los Países Catalanes; pues no suena mal, oiga.
E.M.
[Sonríe]. A mí me gustaría más la República Federal Ibérica. Ese es mi sueño.

XL. ¿Llegará a verlo cumplido?
E.M.
[Vuelve a sonreír y al silencio].

XL. Copago, prohibición de los toros, consultas populares... Oiga, ¿hacia dónde va Cataluña?
E.M.
No lo sé. Hay un doble discurso que hace muy difícil orientarse en medio de esta niebla. Son cosas que van y vienen. Ahora, con la crisis, está todo muy apaciguado. Aunque continúan los eslóganes. Entre las consultas populares y el Barça nos entretenemos mientras algunos hacen lo que decía Sin Tzu [sonríe].

XL. ¿Queda mucho para que el president sea negro?
E.M.
[Carcajada]. La verdad es que ha habido tantos modelos que no nos sorprenderá nada. Pero negro no sorprendería. Podría ser chino. Yo apuesto por un president pakistaní.

XL. El terrorista internacional Alí Aarón Pilila planea matar a Angela Merkel en Barcelona. No veo el momento en que su novela se traduzca al alemán, ¿y usted?
E.M.
[Ríe]. Vamos a ver qué pasa. Se han traducido allí casi todos mis libros. Algunos no, porque piensan que el sentido del humor no va a ser entendido. Ellos mismos tienen una idea muy tópica de los alemanes.

XL. ¿Disculpe?
E.M.
Sí, me explico. Los alemanes hoy en día son unos golfos, gamberros, vagos e incompetentes como el resto de la humanidad. Solo conservan, de su pasado, el gusto por la cerveza y las salchichas. En todo lo demás están tan incivilizados como el resto del mundo.

XL. ¿Frecuenta usted el Nou Camp?
E.M.
Poco, pero porque no tengo facilidades. Me gusta ver fútbol en el campo. Cuando estoy en Londres, donde paso temporadas, sigo la Liga inglesa y, si puedo, me voy a ver algún partido al Stamford Bridge o al Emirates.

XL. ¿Cómo está viviendo este final de Liga?
E.M.
Me estoy mordiendo las uñas. Pero estoy con Guardiola en que el Barça lo tiene muy difícil.

XL. Abandona Messi el Barcelona. ¿Qué haría usted?
E.M.
Eso es impensable. Todas estas visiones apocalípticas y macroeconómicas de las que hemos hablado antes podemos considerarlas. Pero esto no. Ni mentarlo [sonríe].

XL. ¿Qué más consume Eduardo Mendoza?
E.M.
Todo legal, para mi desgracia. La edad ya no me da para más. Qué más quisiera yo. Me limito a comer y a beber. Soy muy comilón. Muy gourmet.

XL. Toca, después de esta, novela seria. ¿Algo en cartera?
E.M.
No, ahora lo que viene es la promoción y luego estaré un tiempo sin escribir, como he hecho siempre. No hay nada previsto. Es más, me estoy planteando desde hace algún tiempo que quizá deba dejar de escribir.

XL. Eso es como lo de Messi. Impensable.
E.M.
[Sonríe]. Hombre, me gustaría parar a tiempo. Que alguien me diga que debo reconsiderar seguir escribiendo. Insisto en que debería existir un servicio público de inyección letal a escritores a partir de una edad. Qué lástima, ¿no? Una novela pésima hace malas las anteriores. Hay que tener cuidado con eso. Me gustaría evitarlo.



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