lunes, 23 de abril de 2012

EN PRIMER PLANO -CUIDADO! ESTE HOMBRE NOS VIGILA/ ¿Qué es la felicidad? / Modesta España, a decir de Enric Juliana.

TÍTULO: EN PRIMER PLANO -CUIDADO! ESTE HOMBRE NOS VIGILA.

Wolfgang Schäuble-foto-, el poderoso brazo de la señora Merkel.
Controla nuestra economía en la sombra. Tanto que algunos ya lo califican con ironía como `el ministro número catorce del gobierno de Rajoy´. Sin cartera, pero con inmenso poder. El ministro de Finanzas alemán es el musculoso y alargado brazo derecho de Angela Merkel. Se lo presentamos.



Es el hombre más odiado de Grecia
. Y en España lleva el mismo camino. Wolfgang tiene una legendaria capacidad de caer mal. Lo que no le ha impedido cimentar la carrera más longeva de Alemania: lleva 40 años en el Parlamento y ha sido titular en cuatro gobiernos federales.



A sus 70 años, es un superviviente. Y no solo porque tenga que ir en silla de ruedas desde 1990, paralizado por las balas del calibre 38 de la pistola de un psicópata. También es un superviviente político. Su partido, la CDU, se resquebrajó hace una década a causa de un escándalo de financiación ilegal que le estalló precisamente a él en las manos. Schäuble aceptó un cheque de 100.000 marcos (unos 50.000 euros) de un traficante de armas. Cuando el Parlamento le pidió cuentas, se excusó alegando una laguna de memoria. Pero el prestigio del entonces canciller Helmut Kohl se fue al garete; y Schäuble, su delfín, vio cómo una mojigata física del Este, hija de un pastor luterano y a la que nadie tomaba demasiado en serio, le arrebataba el liderazgo. Angela Merkel era su protegida, pero no tuvo ningún reparo en quitárselo de en medio y acabar con su sueño de ser canciller. Tampoco Kohl dio la cara por él. Y Schäuble no se lo perdona, a pesar de que Kohl está ya muy viejo y enfermo. «Nuestra relación se acabó. Ni siquiera me apetece hablar de él», declaró a Der Spiegel.



Merkel sorprendió a todos cuando lo nombró ‘superministro’ de Finanzas. ¿Por qué lo hizo? Porque Schäuble se ha ganado los galones para decir en voz alta lo que piensa, algo que un estadista no siempre puede permitirse. Y Merkel se aprovecha de su locuacidad para usarlo de pararrayos. No son amigos. En Alemania definen su relación como una «paz armada». Schäuble no está de acuerdo. «Sé que dicen que me costó menos perdonar a Merkel que a Kohl, pero es una interpretación errónea. Ella me ha apoyado mucho cuando estaba enfermo. Y no me molesta no haber sido canciller. Ni siquiera pienso en ello». Forman un binomio bien engrasado: Merkel hace de poli bueno (aunque no derroche simpatía), Schäuble es el coco. Merkel dice que Alemania no contratará a trabajadores de fuera de la Unión Europea mientras haya tantos parados en España. Schäuble no se cansa de predicar austeridad y tentetieso.



Schäuble se aferró a la política cuando ya lo daban por defenestrado. Igual que antes se había aferrado a la vida cuando hace 22 años un perturbado mental le descerrajó tres tiros durante un mítin en Friburgo. Una de las balas se le quedó alojada en la columna. «Quién podía imaginar que nueve días después de la reunificación alemana yo estaría en un hospital, más muerto que vivo. Solo puedes vivir una vida feliz si aceptas que no puedes predecir lo que ocurrirá dentro de un momento». Schäuble quedó parapléjico. Pero a los tres meses ya estaba de vuelta en su despacho, compaginando el trabajo con la rehabilitación. Desde ese momento, los alemanes lo respetan. Sin embargo, las dudas de la prensa germana sobre su capacidad para llevar una vida política activa lo persiguen desde entonces. Y más en el último año, en el que su salud se ha resentido. En plena tormenta financiera, Schäuble tuvo que pasar semanas ingresado por problemas con los implantes que lleva en el cuerpo. «No he pensado en arrojar la toalla. Es cierto que los problemas actuales me someten a mucha presión, pero la silla de ruedas no es un impedimento. Viajar es fácil. Alguien me lleva y me trae del avión. Lo único que me incomoda es que no me puedo mover libremente. Cuando estoy con el Eurogrupo en Bruselas, los ministros que quieren hablar conmigo tienen que venir hasta donde yo estoy. Espero que no se lo tomen como un gesto de arrogancia», ironiza.



Pero también genera dudas dentro de su propio partido. «La gente piensa que estoy buscando el momento oportuno para retirarme. Pero no soy infeliz en la política. Al contrario. Que compañeros de partido insinúen a mis espaldas si soy adecuado para el cargo no me supone ningún problema. La política es competición».



Schäuble reconoce que la silla de ruedas «es un incordio, limita la comunicación; a veces, la gente tiene que agacharse para hablar conmigo y sé que es incómodo, prefiero que se sienten a mi lado a que doblen la espalda... Y cuando duermo, sueño que camino. El subconsciente nunca termina de asimilar la silla».



Schäuble tiene reputación de duro. Es raro verlo sonreír. Y con sus empleados es muy autoritario. «No estoy de acuerdo. Eso lo dicen los que no me conocen. Hay un cierto cliché sobre mi persona: ‘Como está fastidiado en su silla de ruedas, tortura a los que tiene alrededor, sobrecargándolos de trabajo’. Pero no es verdad. Dicen que el atentado cambió mi personalidad. No lo sé. ¡Mis hermanos siempre me han dicho que soy la misma persona horrible de siempre!».




Bromas aparte, cada palabra suya es afilada. No le importa ser políticamente incorrecto. Y genera expectación allá donde va. Así que lo invitan a conferencias por medio mundo. Chapurrea un inglés mediocre, porque en el colegio aprendió francés. Da igual. Sus frases son torpedos a la línea de flotación. El presidente griego, Karolos Papoulias, lo sabe bien. «¡Pero quién se ha creído este señor! ¡Cómo se atreve a ridiculizar a Grecia! ¡Está insultándonos!», bramaba cuando Schäuble expresó sus dudas de que el país heleno cumpliese con las draconianas medidas de austeridad y dijo que nunca debía haber entrado en el euro. «O firman que acatarán los recortes, o ya saben dónde está la puerta [de la Unión Europea]», amenazó Schäuble. Que lo hayan cazado haciendo sudokus mientras el Parlamento alemán debatía una ayuda de 130.000 millones de euros al Gobierno de Atenas no le preocupa. «Vivimos en un mundo en el que hay cámaras por todas partes. Al pobre Václav Havel, el presidente checo, lo pillaron robando una estilográfica en una conferencia y lo vieron millones de personas en Internet. ¡Cosas que pasan!».



Pero los griegos claman al cielo. «Siempre nos hemos enorgullecido de defender la libertad; no solo la nuestra, sino también la de Europa», se indignaba Papoulias, en referencia a la resistencia contra los nazis. La prensa helena captó al vuelo la alusión para caricaturizar a Schäuble con uniforme de las SS en sus portadas. Es injusto, porque Schäuble nació durante la Segunda Guerra Mundial (1942). Es hijo de un asesor fiscal. Estudió Derecho y Económicas. Fue inspector de Hacienda. Está casado desde 1969 con una economista. Tienen cuatro hijos. Protestante, Schäuble siempre ha presumido de la importancia de la fe cristiana evangélica en su vida. No tiene apenas amigos. Pero su círculo familiar es estrecho.



Con España no es más sutil. A Rajoy ya le dijo que la huelga general del 29 de marzo no tuvo «bastante apoyo» como para frenar las reformas. Y se informó con detalle de los presupuestos de 2012. Solo después de conocer los números les dio el visto bueno. «Van en buena dirección. Unas finanzas sostenibles son la precondición necesaria para un crecimiento sostenible. Hay que reequilibrar. Nosotros lo hicimos en Alemania y ahora les toca a ustedes».



Esta fiscalización externa es algo inédito en la historia de la democracia española. Pero habrá que irse acostumbrando. ¿Adivinan quién sustituirá a Jean-Claude Juncker al frente del todopoderoso Eurogrupo de Finanzas en junio, cuando termine su mandato? Merkel quiere que sea Schäuble. Tiene todas las papeletas. Y Schäuble creará una comisión de expertos independientes que supervisen la política presupuestaria en los países del euro con problemas; los ‘pigs’, para entendernos. «Conviene que sientan la presión de los mercados para que no se relajen». Dicho en plata, que los socios venidos a menos de la UE estén con la soga al cuello.



A fin de cuentas, Schäuble vela por los intereses de su país. Los fondos de pensiones germanos invirtieron en deuda española y griega. Y con la jubilación [alemana] no se juega. Así que hay que apretarle las tuercas a los gobiernos en apuros, aunque sea a costa de tremendos sacrificios. ¿Qué nos espera? En opinión de Schäuble, «vendrán más años difíciles, de debilidad económica y lento crecimiento». ¿Cuántos? «Media docena».

TÍTULO: ¿Qué es la felicidad?.
Es lo mismo para un psiquiatra que para un místico? ¿Y para un científico?Con motivo de un congreso sobre el tema de la felicidad hemos pedido a varios de los ponentes que traten de explicar un concepto tan difícil de definir y tan ansiado.

TÍTULO: Modesta España, a decir de Enric Juliana.

Juliana i Ricart, Enric, es un sólido cronista y un perspicaz interpretador de la realidad. Es badalonés y periodista, añora el Pont del Petroli y desempeña su trabajo como delegado de La Vanguardia en Madrid. A decir de José Antich, director del periódico catalán, Juliana ha pasado a formar parte de uno de los dos grupos en los que suelen dividirse los corresponsales en Madrid: entre los que detestan la ciudad y los que se enamoran de ella, ha engrosado sin dudas el segundo. Con moderación, eso sí. Juliana puede ser, sin miedo a exagerar, uno de los más serenos y brillantes analistas de esta España de toboganes inesperados, un escribidor con pulcro manejo del castellano y hondo poso intelectual. Acaba de publicar Modesta España (RBA, Temas de Actualidad, 2012), libro en el que analiza paciente y serenamente el polvorín perpetuo de la política española, y lo hace atreviéndose a apostar por un futuro modesto para esta España que en poco tiempo había logrado duplicar la renta por habitante, crecer de forma interrumpida durante quince años y progresar en aspectos trascendentales para toda prosperidad como puedan serlo la educación y las celebridades artísticas y deportivas nacionales (los quijotes de derechas dejaron crecer irresponsablemente la burbuja inmobiliaria en la que se fundamentaba el reciente y sorprendente éxito español, y los quijotes de izquierdas no se atrevieron a pincharla o reventarla; el resultado está a la vista). La modestia a la que se refiere Juliana tiene poco que ver con la humildad: la primera requiere cierta serenidad, y la segunda crece después de una derrota y lo hace como remordimiento de la culpa. Poco o nada catastrofista, el autor sugiere que la modestia está algo reñida con el carácter español (lo pone en tensión) y no digamos con la épica; no obstante, será la única salida a un mundo en el que la clase media tiende a desdibujarse y desaparecer, llegando a algo parecido a la Quiebra Perpetua. España se aboca a un panorama tan incierto como el resto del lagarto mediterráneo, el cual solo saldrá de la situación cósmicamente grave en la que se encuentra mediante sacrificios pactados a cambio de una mejor vida civil.

Utiliza, por demás, una atractiva metáfora literaria en la persona del Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda, breve pero interesante figura disimuladamente erasmista con la que juega Cervantes en el Quijote y que escenifica en su persona la serena modestia de quien consuela a un Alonso Quijano cabizbajo por una derrota. Diego de Miranda es la España burguesa y prudente que no pudo ser, porque pronto se transformó en oligarquía, y le pregunta irónicamente al deprimido hidalgo a dónde se dirige. Cervantes le hace responder: «A la Modestia». Es una metáfora bien armada. Tras el relato bien hilado de los años del Aznarato y del Zapaterato, el autor entra en la particularización de territorios que le son propios. Describe hábilmente el catalanismo y le resta importancia a la tabarra nacionalista por el independentismo. Asegura que Cataluña nunca será un Estado independiente al uso de cualquiera de los que hoy configuran Europa, pero sí articulará junto con otras regiones de carácter ‘nacional’ una suerte confederativa bajo el paraguas de un Estado español bien garantizado por la Corona, a la que le aventura un futuro menos patético del que le auguran sus detractores. Es una interesante reflexión, como lo es el dibujo de la juventud española que acabará emigrando hacia los nuevos ejes de poder e influencia del mundo: si ahora nuestro PIB y nuestro Ibex 35 salva la cara gracias a países como Brasil, donde ganan dinero nuestras más importantes empresas, llegará un futuro en el que emerjan regiones por las que hoy no damos un duro. En un ejercicio de ficción un tanto teatral, Juliana se ve a sí mismo, nonagenario, despidiendo a sus nietos cuando estos parten como emigrantes a las regiones siberianas fronterizas con China y Mongolia.

Cuando ese momento llegue, de hacerlo, será efectivamente imprescindible la modestia como virtud cívica. Romper la vieja alianza entre Don Quijote y Juan Tenorio, asegura Enric Juliana i Ricart (Badalona, 1957), habrá de ser uno de los grandes desafíos de los españoles.

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