domingo, 8 de abril de 2012

Las palabras no son inocentes / Modelos en pie de guerra. PASARELA.

TÍTULO: Las palabras no son inocentes .

Me escribe una lectora para decirme que en mi artículo anterior se me ha ido un poco la pinza al sacar la conclusión de que existe peligro en admirar a los que ahora llamamos `iconos´. Ya saben, esa variada fauna que se ha colado en nuestras vidas a través de la tele, el cine o las revistas y que incluye desde actores de cine hasta princesas, pasando por niños bien, futbolistas, toreros, it girls y hasta delincuentes o simples caraduras. En resumen, cualquiera que sea carne de paparazi. Yo no sé en qué momento la palabra ídolo saltó de los altares al papel cuché y de lo sagrado a lo profano, pero me parece un término tan certero como inquietante. Certero en el sentido de que se usa para describir a personas que logran concitar una admiración rayana en la idolatría; inquietante porque, cuando se analiza a qué tipo de personas se idolatra, a veces se le caen a uno los palos del sombrajo. En realidad, el fenómeno es viejo como el mundo y lo único que cambia son los santos que cada época coloca en una peana y que simbolizan los valores (o la falta de ellos) de la sociedad en ese preciso momento. Así, por ejemplo, y para remontarnos a un caso lejano y desde luego mucho más profundo y espiritual, el surgimiento de un personaje como san Francisco de Asís en el siglo XII trajo como consecuencia que a partir de ese momento muchas it girls (and boys) de la época renunciaran a las pompas de este mundo para vestir hábito y dedicar su vida a los pobres. ¿Por qué? Pues porque sintonizaba con los valores de aquel momento. O, para decirlo más frívolamente, porque la moda –palabra que significa, literalmente, lo que más se lleva– entonces era tener inquietudes espirituales y denostar la riqueza. Una actitud surgida como reacción a la decadente y corrupta sociedad de la época. Así, a lo largo de la Historia, el ser humano ha erigido sus ídolos, que encarnan en cada momento aquello que más se admira. Para nombrar iconos más cercanos a nosotros, pensemos en los del siglo XX, marcado por dos guerras mundiales seguidas de grandes transformaciones sociales como las que habrían de encumbrar a uno de sus ídolos más emblemáticos, Ernesto Che Guevara que tuvo la (enorme) suerte de morir joven. Y sobre todo de hacerlo antes de que su bello sueño guerrillero quedara opacado por el fiasco que ha resultado ser la revolución cubana. No siempre los iconos son virtuosos como san Francisco ni idealistas como el Che. Iconos han sido también no pocos caraduras con más de un crimen sobre sus espaldas como el bandolero el Pernales. Porque en realidad la sociedad, y en especial la nuestra, admira mucho al pícaro. Buena prueba de ello es que pícaro, guerrilla, siesta o macho son hispanismos que figuran en los diccionarios de otras muchas lenguas con su sonido original. Y si alguien se sorprende de lo que dice de los hispanohablantes la naturaleza o índole de estas palabras nuestras que se han hecho universales, yo les diría que en lo que se refiere a la lengua nada es casual. El modo en que se habla nos define, nos retrata e incluso nos caricaturiza. Peor aún, nos programa. Las palabras no son inocentes, son cargas de profundidad, de ahí que haya que elegirlas muy bien. Y eso me trae de nuevo al asunto de los iconos. Terrorífica palabra que entraña no solo admiración, sino una estúpida idolatría. Por eso, en mi artículo de hace dos semanas, yo decía que me preocupaba que se admirase a personajes que encarnan lo más imbécil del sistema capitalista. A millonarias como Paris Hilton más que a Melinda Gates, que dedica su dinero y su esfuerzo a ayudar a otros; a críos ñoños como los Casiraghi más que a Mark Zuckerberg, que tiene la misma edad que ellos pero es el fundador de Facebook. Porque vivimos tiempos tan materialistas que lo que se sube a los altares es epítome del «tanto tienes, tanto vales». Me temo que esto es así y que de momento no tiene arreglo. Pero desde luego nunca lo tendrá si seguimos adorando iconos tan estúpidos y, además, por la peana.
TÍTULO: Modelos en pie de guerra. PASARELA.

Encabezadas por la `top´ Sara Ziff, un grupo de maniquíes ha decidido reivindicar sus derechos y regular su profesión para que no se cometan abusos. El resultado es una organización sin ánimo de lucro, The Model Alliance. La polémica está servida.



Me dijo que necesitaría verme sin sujetador
. Yo tenía 14 años. Ni siquiera tenía pecho. Era mi tercer casting. Fue en Nueva York. Íbamos entrando al set de una en una. El fotógrafo me pidió primero que me quitase la camisa. Luego dijo que todavía le costaba imaginarme para la campaña y me hizo quitarme los pantalones. Y allí estaba yo, de pie, con unas bragas de Mickey Mouse y en sujetador. Me lo quité. Hice lo que me pidió. Yo estaba ansiosa por gustar y por conseguir el trabajo. No supe reaccionar de otra manera. Él daba vueltas a mi alrededor, como un tiburón nadando en círculo, mirándome de arriba abajo sin decir nada». La confidencia, realizada a The Guardian, es de Sara Ziff, una top atípica que ha impulsado la creación de The Model Alliance, una organización sin ánimo de lucro que pretende mejorar las condiciones laborales de las modelos en Estados Unidos y cuya primera medida ha sido establecer un protocolo confidencial para que puedan denunciar los abusos.
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Ziff se ha topado con el escepticismo de cierta opinión pública. «Cuando hablo de explotación en el mundo de la moda, la primera reacción suele ser de incredulidad. Muchas veces oigo: tu trabajo consiste en estar estupenda y, además, te pagan muy bien, así que cierra el pico. Se supone que las modelos somos unas privilegiadas. Desde luego, no es la primera profesión que te viene a la mente cuando piensas en malas condiciones laborales. Pero si quitas el celofán, aparece otra realidad. Es una industria opaca, que apenas está regulada y donde impera la ley del silencio. Si no has estado dentro, no puedes imaginarte cómo funciona», explica.
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Ese lado oscuro ya lo abordó Ziff con un documental demoledor, Retrátame, que grabó con una videocámara doméstica entre bambalinas de los desfiles donde participaba. Ziff y otras profesionales contaban las miserias de las que nadie quería o se atrevía a hablar. Por ejemplo, Sena Cech relataba cómo, trabajando en Francia, su agencia la llamó para sustituir a otra modelo que –según le dijeron– había tenido una reacción alérgica en plena sesión. «Luego resultó que el fotógrafo estaba usando un flash de luz ultravioleta que me quemó seis capas de la esclerótica de los ojos. Cuando terminé, me llevaron al hospital y allí estaba la otra chica, a la que atendían de las mismas quemaduras. Ellos sabían lo que le había pasado, pero me hicieron posar igualmente. Estuve dos días con los ojos vendados y las heridas tardaron dos meses en curarse. Le pedí a la agencia que reclamase, pero me contestaron que en Francia no te querellas contra tus compañeros de profesión».
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Ziff pensó que después del estreno de la película no volvería a conseguir trabajo. Para su sorpresa, no fue así. Incluso recibió felicitaciones por su valentía de algunos diseñadores importantes. Eso la animó a fundar The Model Alliance. «No es un sindicato, porque en Estados Unidos somos autónomas y carecemos del derecho a sindicarnos, o incluso a un salario mínimo, pero mi inspiración es la organización británica Equity, creada por Victoria Keon-Cohen y Dunja Knezevic, que desde 2010 ofrece protección, seguro médico y una carta de derechos a las modelos que trabajan en el Reino Unido». De momento, Ziff pretende captar a las 1500 maniquíes que trabajan en Nueva York. Y ya cuenta con apoyos importantes, como los de la diseñadora Diane von Fürstenberg y varias top models; entre ellas, Coco Rocha, Doutzen Kroes, Crystal Renn, Shalom Harlow y Elettra Wiedemann, hija de Isabella Rossellini, que cuenta: «Empecé con 14 años. Me pedían que me operase los pechos y la nariz y que bajase de peso. Hasta que un día me planté y me dije a mí misma que no soy un número en una báscula y que ya estaba bien».
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Sin embargo, otra modelo de primera línea, Anja Rubik, es menos entusiasta. Rubik se queja de que se ha perdido la privacidad del backstage en muchos desfiles. «Ya ni siquiera tenemos una habitación separada donde cambiarnos. Estamos a la vista de todo el mundo. Pero hay tantas chicas que quieren hacer este trabajo que, si protestas, estás perdida. Cogen a otra. No creo que podamos unirnos para reclamar nuestros derechos. No ocurrirá».


Sara Ziff reconoce que Rubik tiene parte de razón. Pero no se rinde. Su baza para conseguir adhesiones es su reputación. No es una ingenua ni una fracasada. Ha ganado mucho dinero, hasta 150.000 dólares en una sola sesión. Tiene un currículum impresionante. Ha trabajado para Tommy Hilfiger, Stella McCartney, Dolce & Gabbana, Gucci, Marc Jacobs, Louis Vuitton, Chanel y Balenciaga. Fue descubierta por una fotógrafa cuando regresaba de la escuela. A la semana ya le habían ofrecido una sesión en Jamaica y desfilar para Calvin Klein. «Tengo 29 años y he trabajado como modelo desde los 13. Y he sido afortunada. Es un trabajo que me gusta, con el que he pagado mis facturas y que me ha permitido ir a la universidad. No tengo ningún propósito de revancha hacia una industria que me ha dado tanto. Pero no puedo seguir callada sobre los abusos de los que he sido testigo».


No es solo una cara bonita. Cuando decidió hacerse modelo profesional, sus padres se opusieron. «Temían que abandonase los estudios. Para ellos no era una cuestión de ir o no a la universidad, sino de elegir a cuál de las cinco universidades que me habían admitido iría». A los 18 años se independizó. A los 20 se compró su propio apartamento. No obstante, compaginó las pasarelas con los libros y se licenció en Ciencias Políticas en la universidad de Columbia.
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Magna cum laude. No es lo habitual.
«Muchas chicas dejan el instituto. No están tuteladas y se ven obligadas a trabajar jornadas de 20 horas, en las que ni siquiera hay una pausa para comer. Acabas exhausta; te salen manchas en la piel; tienes ganas de llorar; el pelo, grasiento... Se olvidan de que eres un ser humano. Alguna salta a la fama, sí, pero la mayoría es reemplazada muy pronto por la siguiente camada de adolescentes, porque los diseñadores han optado por un estándar de belleza aniñada
que se aleja de la mujer adulta».
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¿Vale la pena? ¡Por lo menos se ganará mucho dinero! Pues no tanto. Según la socióloga y exmodelo Ashley Mears, «es un oficio mal pagado». Los ingresos medios rondarían los 20.000 euros anuales. «Gisele Bündchen puede ganar 33 millones. Pero es una excepción. Y la inmensa mayoría no llegan a su edad (31 años) en este oficio. Se han tenido que buscar otra cosa. Y para entonces apenas han podido ahorrar». Muchas veces se les paga con ropa o zapatos. «La práctica de remunerar en especie está muy extendida. Marc Jacobs lo hace. No es ilegal». Además, la transparencia financiera es escasa, incluso en el caso de modelos consagradas. Tres de ellas, Anna Jagodzinska, Anna Aleksandra Cywinska y Karmen Pedaru han demandado a su agencia por apropiación indebida de 750.000 dólares de sus salarios.
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Pero lo peor, en opinión de Ziff, es una doble tendencia: por una parte, la sexualización de las modelos; por otra, que cada vez son más jóvenes. «Chicas vulnerables son expuestas a un ambiente potencialmente depredador. Si la chica se ve en una situación comprometida, es posible que no tenga a nadie a quien pedir ayuda. Es una receta para que haya problemas». Y los hay. «Imagine una adolescente del este de Europa que apenas habla inglés y que tiene que enviar dinero a su familia. Está vendida».


Manoseos y tocamientos están a la orden del día. En ocasiones se llega a situaciones extremas, como la del diseñador Anand Jon, que en 2008 fue condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por decenas de violaciones a aspirantes a modelos. Y hace solo unos meses, Terry Richardson –uno de los fotógrafos de moda más cotizados– fue acusado por la top danesa Rie Rasmussen de manipular a menores para fotografiarlas en poses comprometidas o degradantes. Richardson replicó que siempre lo hizo con el consentimiento de las jóvenes. Pero una encuesta reciente muestra que al 87 por ciento de las modelos se les ha pedido alguna vez que posen desnudas sin previo aviso. «En esta industria no hay ninguna política de consentimiento informado para encargos que impliquen desnudos parciales o integrales, a pesar de la proliferación de menores de edad. Yo me he desnudado. Te lo venden con el argumento de que el fotógrafo es un gran artista. Tienes que desconectar una voz interior que te dice: \\\''\''¿De verdad quieres hacer esto?, ¿cuál es la diferencia entre una sesión en lencería para una gran firma y ser una stripper?, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar?\\\''\''», se pregunta Ziff. Ella misma da una respuesta: «Cuando eres más joven, este mundillo te deslumbra. Y si pecas de algo, es de oportunismo. Ser modelo te permite llamar la atención, pero luego te das cuenta de que no es la atención que hubieras querido. Ahora he aprendido que no hay atajos en la vida».
La modelos Sara Ziff en el centro de la imagen.-foto.


 



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