domingo, 22 de enero de 2012

Un puñado de personas justas-A-FONDO./ENTREVISTA--La nuera de Madoff.

TÍTULO: Un puñado de personas justas-A-FONDO.

Estos 16 jueces son piezas claves en la maquinaria de la justicia. Son los presidentes de los Tribunales Superiores de cada comunidad autónoma. Nos hemos `colado´ en su reunión anual y hemos hablado con todos ellos, sin formalismos ni concesiones: de los problemas de la justicia, de si de verdad es igual para todos y de los casos que más los han emocionado y han determinado su vocación. Se lo contamos.Foto.


El reto es que la justicia sea ágil, y no se está logrando: los ciudadanos están decepcionados. Por eso, estos 16 jueces se reúnen una vez al año para buscar soluciones. La última cita, en Pamplona.


Son 15 hombres y una sola mujer, la presidenta de Valencia. Visten trajes clásicos, sin apenas concesiones a la modernidad. El de Extremadura es el único soltero. El más joven viene de Murcia y tiene 47 años, aunque la mayoría ronda los 55. Su aspecto es serio. Tal vez se los presuma como gente distante, con tendencia a mirar desde arriba, pero lo cierto es que esa impresión queda matizada durante las charlas.


¿Cuáles son los problemas de la justicia? ¿Por qué recibe tantas críticas de los ciudadanos? Y en medio de tantos escollos, ¿dónde queda la antigua pasión por su profesión? El magistrado Miguel Ángel Cadenas, de Galicia, cuenta que él la siente cuando abre las puertas de su despacho a la gente. Cuando va a visitarlo, por ejemplo, una señora de 70 años que quiere separarse de su marido: «Ya no lo aguanto». Y explica que su esposo no sabe todavía de sus intenciones de divorcio y que a ver qué se puede hacer. Y el juez se ofrece entonces a llamar a aquel hombre, al que oye decir: «Verá, no nos llevamos bien desde hace tiempo. Pero yo tengo un cáncer y me voy a morir. Me quedan cinco meses. A lo sumo, seis. Aún no se lo he dicho a mi mujer. Oiga, ¿podría comentárselo usted?». Y Cadenas habla con una y con otro y ya no inicia ningún procedimiento porque ya no es necesario.


Frente a la idea de muchos ciudadanos de que la justicia beneficia a los poderosos, a quienes pueden pagarse un buen abogado, a quienes tienen capacidad de influir, los magistrados defienden su imparcialidad. Y aunque podría pensarse que, claro, que qué van a decir, en ocasiones resultan convincentes. Como cuando se escucha a Vicente Rouco, el presidente de Castilla-La Mancha. Él siempre quiso ser juez. Desde que tenía 16 años. ¿Por qué? Creía que este trabajo le daba la oportunidad de resolver los conflictos que existían entre las gentes. «Esta tarea me llena de ilusión cada día. Siento que, aunque no puedo cambiar grandes cosas, ayudo a las personas».


En ese planteamiento de encender velas en la oscuridad, Rouco habla de pequeñas historias en las que la justicia juega a favor de los débiles. Del alcalde de un pueblo de Albacete que en pleno verano cortó el agua a varios vecinos a quienes acusaba de no pagar. Gracias al juez, el suministro se restableció de inmediato y el alcalde fue inhabilitado. O el caso de un hombre a quien policías corruptos acusaron de un atraco llegando incluso a manipular las pruebas para incriminarlo y que finalmente fue absuelto. O el día que dejó el despacho y cogió el coche para hablar con el alcalde de un pueblo y decirle que cumpliera una sentencia e hiciera unas obras, evitando así que las casas de varios vecinos se siguieran inundando. Estas son las actuaciones que a Rouco le saben a justicia.
Frente a la imagen fría del jurista en su estrado, vestido con toga y expresión distante, varios jueces describen su trabajo empleando un término próximo y cálido: `humanidad´.

Nada menos. Lorenzo del Río, de Andalucía, recuerda el día en que confió en un hombre acusado por robo quien le pedía que no le pusiera una fianza para salir de la cárcel porque necesitaba ese dinero para su nueva vida. Accedió. Cinco meses más tarde, el magistrado recibió una carta y pruebas de que se había establecido en otra ciudad y estaba ya trabajando honradamente.


Humanidad es lo que resalta también la única mujer, María Pilar de la Oliva, de Valencia. «Como jueces de instrucción intervenimos en las circunstancias más duras de las personas. Cuando alguien se ha suicidado y hablamos con la familia, ellos están conmocionados. Muchas veces necesitan acercarse a ti y contarte lo que ha pasado. Y tienes que escucharlos. No olvido a una señora que después de un episodio así me reconoció por la calle, se acercó y me dijo: `Usted me ayudó en el momento más duro de mi vida´».


Juan Manuel Fernández, de Navarra, afirma que los jueces tienen, sí, que castigar. Pero también intentar que la persona recomponga su vida. «No hace mucho se me acercó un hombre que hace años estaba enganchado a la droga y cometió un robo. En lugar de mandarlo a prisión, le permití que cumpliera su pena en Proyecto Hombre, un centro de desintoxicación. Cuando nos volvimos a ver, me presentó con orgullo a su familia. A su mujer. A su hijo».


Los jueces reconocen que la comunicación muchas veces no es fácil. Sus escenarios y maneras decimonónicas y, sobre todo, un lenguaje enrevesado no les son de gran ayuda. Y, sin embargo, ellos insisten en que es esencial que cada ciudadano se sienta escuchado porque, si se le atiende, incluso aunque no se le dé la razón, puede sentirse reconfortado.


Comunicar, explicar. Miguel Ángel Gimeno, del Tribunal Superior de Justicia catalán, daba sus primeros pasos como juez y puso todo su empeño en aclarar a una señora que, aunque tuviera líos con su vecino, no podía resolverlos con una pelea. No eran formas. «La escuché y, finalmente, le dije en un lenguaje sencillo, que ella pudiera entender, que no había actuado bien. Le di una serie de razones y luego la condené a un día de arresto en su domicilio. Por lo visto, logré convencerla de que la pena era justa y tenía sentido porque lo interiorizó tanto que, cuando tiempo después le llegó la notificación del juzgado, ella dijo, sorprendida, que ya había cumplido: justo al día siguiente de hablar conmigo se había quedado toda la jornada sin salir de casa».
Este es el lado bueno de la profesión, pero los presidentes de los Tribunales Superiores creen que la justicia en España es tan lenta que, cuando llega, a veces ya ni sirve. Las personas tienen que ver sus litigios resueltos en «tiempos razonables», lo cual, en opinión de Juan Luis Ibarra, del País Vasco, no se consigue «si a un juzgado le llegan 8000 asuntos en un año». La lentitud va a impedir que al final esa sea una buena respuesta a sus problemas. «Una justicia que no llega a tiempo no es justicia, aunque sea de muy buena calidad», afirma César Tolosa, de Cantabria.


¿Y existe alguna manera de agilizarla? Creen que sí. Y aportan soluciones. La primera es contar con más personal, pero en tiempos de recortes esto puede ser complicado. La segunda, más factible: que se empleen nuevas tecnologías, los ordenadores, las conexiones en red entre los juzgados para que así puedan intercambiar sus informaciones a golpe de clic. Califican de `insólita´ la situación que viven ahora mismo y denuncian que incluso tienen que trabajar con sistemas informáticos que no son compatibles entre sí.


Hay más ideas para ganar rapidez. En lugar de que cada juzgado tenga su personal, son favorables a que los funcionarios de Justicia trabajen en una oficina única que atienda a todos los magistrados y así se optimicen recursos. Esta experiencia ya se ha puesto en marcha, pero los jueces critican que se ha establecido tanta burocracia en este sistema que se pierde agilidad.


Entre los cambios que algunos magistrados proponen está quitar a los políticos el poder de nombrar a los miembros del Consejo General del Poder Judicial. «Así mejoraría la imagen de esa institución y de la justicia», afirma Vicente Rouco, de Castilla-La Mancha. Y, además, creen que la actual división en partidos judiciales es obsoleta, que se debe evitar que todo problema se criminalice y que en este país, en lugar de ir a juicio con tanta facilidad, habría que intentar solucionar los conflictos a través de la mediación y el arbitraje.
TÍTULO: ENTREVISTA--

La nuera de Madoff.

Su marido era el hijo primogénito del mayor estafador de la historia,Bernard Madoff. Dos años después de que saltara el escándalo, Su esposo decidió acabar con todo y se suicidó en su apartamento de Manhattan. Stephanie Madoff, su viuda, ha callado hasta ahora. Pero ha decidido contar `su verdad´.



En 2001
, accedió a encontrarse en una cita a ciegas con un hombre llamado Mark Madoff, divorciado, padre de dos hijos y diez años mayor que ella.


Stephanie era rubia y guapísima, había tenido idilios con algún que otro indeseable y, a los 27 años de edad, estaba empezando a pensar que jamás iba a encontrar al hombre de su vida. Por entonces, el apellido Madoff no le decía nada. Mark era el hijo de Bernie Madoff, un financiero de Wall Street fabulosamente rico, pero Stephanie asegura que nunca había oído hablar de él. «Wall Street no me interesaba. Yo trabajaba en el mundo de la moda. En la vida había oído el nombre de Madoff».


Sentada en el borde de un enorme sillón de cuero en su apartamento de Manhattan, Stephanie empieza a contar cómo fue su turbulenta historia de amor con el hijo del mayor estafador de la historia.


Stephanie relata su visión de los hechos con sorprendente efectividad en The end of normal [El fin de la normalidad], su recién publicada crónica sobre el hundimiento del imperio de Madoff y las subsiguientes presiones que llevaron a su marido al suicidio. El libro es la primera crónica escrita desde dentro. Pero el drama de esta mujer es que pocos estadounidenses creen que la familia no estuviera al corriente de la gigantesca estafa de 65 millardos de dólares puesta en práctica por su suegro. Su marido, Mark, y su cuñado, Andrew, habían estado trabajando en la compañía. Por otro lado, su lujosísima casa de vacaciones en Nantucket Island parecía señalarlos como claros beneficiarios de la estafa. Ella, sin embargo, insiste en que llevaban una vida sin ostentación. «No vivíamos a lo grande. Vestíamos con vaqueros y camiseta», señala.


En diciembre de 2010, en el segundo aniversario de la confesión de su padre, Mark esperó a que su esposa y su hija se marcharan de viaje a Disney World (era un viaje `solo para chicas´ que Stephanie había prometido a la pequeña tiempo atrás). Después, su marido usó la correa del perro a modo de soga y se ahorcó de una viga del salón. Mientras, su bebé de 22 meses dormía en la cuna del cuarto de al lado.


Aquella mañana, Stephanie se despertó en una habitación en Florida con vistas al castillo de Cenicienta con un correo electrónico de Mark que decía: «Por favor, envía a alguien que se ocupe de Nick».


«Mi historia no es la historia de una estafa. Es una historia de amor y una tragedia», dice Stephanie entre lágrimas cuando recuerda ese dramático día.
Su relación con Mark empezó poco a poco. Ella no tardó en comprender que su nuevo novio seguía herido por el recuerdo de su primer matrimonio, fallido. «No soy tonta, y tuve claro que su primera mujer le había hecho daño. Así que yo decidí no hablar de boda. Sin embargo, cuando llevábamos saliendo un año y medio, Mark pensó que lo mejor era aclarar las cosas de una vez». Y se sinceró en un restaurante. «Me dijo que la idea del matrimonio le ponía los pelos de punta». Mark no quería casarse en absoluto.
Los capítulos iniciales del libro están repletos de ejemplos parecidos, donde ella aparece casi como una `mujer felpudo´. «Me convertí en una amiguita sin voz ni voto. Tenía miedo de que Mark me abandonara si no me mostraba complaciente. Estaba decidida a ser la compañera perfecta que no pedía más que ser querida por él». Su persistencia tuvo recompensa: Mark y ella se casaron en 2004. Stephanie tenía 30 años.


Si hubiera sabido lo que iba a pasar, ¿habría dejado plantado a Mark en el restaurante para empezar una nueva vida? «No pienso en ello», dice. «Mark era un hombre maravilloso, y tuve la suerte de compartir diez años con él. Me dio dos hijos maravillosos. Pero siempre me pregunto por qué ha tenido que pasarme todo esto. ¿Por qué a mí? Nunca he hecho daño a nadie. Soy buena persona. ¿Por qué no pude disfrutar del cuento de hadas? Y no hablo del dinero; estoy hablando de un marido, de los dos hijos, de un perro, de una vida. Y esa vida la he perdido. ¿Por qué?».


Stephanie reconoce que, cuando conoció a su futuro suegro, le pareció encantador. «Lo que más me deprime de toda esta historia es la muerte de mi marido. Pero también que Bernie fuera adorable, un abuelo maravilloso y a la vez un tipo sin escrúpulos. Me deprime el recuerdo de que estuviera en mi casa dándole el biberón a mi hijita mientras era consciente de que un día iba a arruinarnos la vida a todos».


Meses antes de su confesión, cuando Bernie ya tenía claro que el juego se había acabado y que nunca iba a poder devolver el dinero a los inversores, el padrastro de Stephanie le preguntó si su suegro aceptaría gestionar los ahorros de su familia. Madoff, tras dudarlo un momento, aceptó: el capital no tardó en desvanecerse en el pozo sin fondo de las falsas inversiones urdidas por Madoff.


«Yo no soy médico, así que no puedo afirmar si Bernie es un sociópata o algo así. Pero ¿cómo podía estar en paz consigo mismo después de hacerle eso a mi padrastro? Creo que Bernie vivía sabiendo que todo iba a derrumbarse».


Bernie Madoff hoy tiene 73 años y se encuentra en una prisión federal, cumpliendo una condena de 150 años de cárcel. «Me da igual si está bien o no. Si volviera a encontrarme con él, lo escupiría en la cara. No tengo nada que decirle». Sus sentimientos para con Ruth, la esposa de Bernie, resultan más complejos. «Ruth estaba en el lujoso ático donde vivían cuando Bernie lo confesó todo. Ella contempló cómo su marido le decía a sus hijos que todo el negocio era una farsa gigantesca. Vio cómo sus hijos se quedaban hundidos. Yo, en su caso, me habría marchado corriendo por la puerta con los dos chicos. No comprendo cómo pudo quedarse al lado de Bernie».


Mark estaba furioso con su madre. La puntilla fue cuando supo que sus padres trataron de sacar de su piso ciertos relojes carísimos y otros regalos costosos para que no fueran requisados por las autoridades. Según Stephanie, Mark suplicó a su madre que rompiera de una vez con su padre y se sentía cada vez más deprimido por la aparente incapacidad de su madre para reconocer el daño que su esposo había infligido a la familia.


A pesar de sus compungidas palabras, hay otra versión de los hechos. En Truth and consequences, un nuevo libro escrito por el otro hijo de Madoff y la novia de este, se sugiere que el matrimonio entre Mark y Stephanie estaba en las últimas, que Stephanie había contratado a un abogado especializado en divorcios y que faltaban pocos días para que dejara a su marido cuando Mark se suicidó.Como es de suponer, Stephanie ofrece una visión diferente por completo.


Es verdad que estaba consultando a un abogado especializado en divorcios... Porque los abogados del propio Mark le habían aconsejado recurrir a un profesional para proteger su parte de los bienes maritales de la avalancha de denuncias judiciales puestas por los inversores que habían confiado sus ahorros a Madoff y pretendían querellarse contra todos los demás integrantes de la familia Madoff, con la esperanza de recuperar lo perdido.


«Hay quien dice que yo tenía previsto dejar a Mark», indica. «Es absolutamente falso. Así se lo dije al propio Mark, e hice que mis abogados también se lo dijeran. No sé qué más podría haber hecho. Nunca me planteé separarme de él».


Mark ya había tratado de suicidarse con una sobredosis de medicamentos 14 meses antes. Pero Stephanie estaba segura de que ese episodio había quedado atrás. «Yo tenía claro que había hecho todo lo posible por ayudarlo. Hice que dejara de mirar los mensajes de odio hacia los Madoff que corrían por Internet. Traté de que pasara página de una vez. No se me habría ocurrido irme a Florida si hubiera pensado que mi marido tenía ideas suicidas».
Sentada en el sillón, cruza y descruza las piernas y se pasa un pañuelo por los labios. «Mark se encontraba bien. Estábamos hablando de la posibilidad de irnos de la ciudad, de tener un tercer hijo quizá. Todo el mundo creía que Mark estaba bien, tanto los médicos como los compañeros de trabajo que lo estuvieron viendo esa semana».


Sí, reconoce, es verdad que de vez en cuando discutían a gritos. «Pero ¿qué pareja no discute algunas veces, incluso si no hay un Bernie Madoff en la familia? En ningún momento pensé que nuestro matrimonio no funcionaba».
Stephanie admite a la vez que no es fácil perdonar a un padre capaz de suicidarse dejando a su niño pequeño sin cuidados en la habitación de al lado. También reconoce que se siente presa de la rabia al pensar en buena parte de la familia. En el libro tilda a la novia de su cuñado de «una mala puta»; la exmujer de Mark, Susan, recibe el epíteto de «zorra manipuladora».


En el libro no menciona por qué fracasó el primer matrimonio de Mark: «Para él era muy importante que sus hijos no supieran la razón del divorcio de sus padres. Pero voy a decírselo: a Mark lo traicionó su mujer», asegura.


Stephanie afirma que ha escrito el libro para superar sus sentimientos de dolor y rabia. «No puedo dejar que me amarguen la existencia. Además, quiero que mis hijos algún día puedan leer la verdad de lo que pasó».
Como por arte de magia, de la habitación vecina llega un grito de angustia y un niño pequeño y exhausto rompe a llorar con estrépito. Mamá solo tiene tiempo para una pregunta más.


¿Cuál ha sido el último paso dado por la viuda de la familia Madoff? Stephanie acaba de adoptar un nuevo apellido, Mack: `M´ por Madoff y `ACK´ en referencia al código del aeropuerto de Nantucket, donde ella y su marido fueron tan felices tiempo atrás: «Me sentía muy feliz en mi matrimonio. Me encantaba tener un compañero. Tener a alguien con quien salir a cenar. Quiero volver a tener todo eso. ¿Si hoy estoy preparada para ello? No. Pero estoy empezando a salir un poco más. Y a diferencia de Mark, el matrimonio no me pone los pelos de punta».


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