miércoles, 18 de enero de 2012

RELATO = UN SARGENTO Y DETECTIVE SIMPLO EN PLENA GUERRA.

En menos de 72 horas, “El Arete” localizó a una niña raptada en la ciudad de Durango y aprehendió a la ladrona en el Distrito Federal. “El éxito es mi mejor paga”, decía el detective privado. La heroica hazaña basada en el conocimiento empírico del investigador, dejó en evidencia a los grandes inspectores de la Ciudad de México.
Guardada como un gran presa, enmarcada, la publicación periodística del 27 de noviembre de 1969, detallaba la travesía de Jesús Arreola para cumplir la misión encomendada por Didier Bracho, entonces director del diario La Voz de Durango.
—Necesito que te investigues el caso de la niña desaparecida, su mamá, Irma Valdés, esta desespera-da, —dijo Didier Bracho.
—Cómo no jefe, mañana mismo voy a Durango y me entrevisto con el Procurador, —respondió “El Arete”.
La misión no era fácil. En la capital del Estado varios inspectores del Distrito Federal se hacían ya cargo de la investigación. Los celos policíacos salieron a flote.
—Miren, este señor va a coadyuvar en la investigación, es un detective privado, —dijo el Procurador a los inspectores.
—¿Qué estudios tiene?—respondió uno de los agentes.
—Ninguno, soy lírico.
—Así no nos sirve, ya llevamos la investigación muy avanzada y no la va ha echar a perder.
Una vez subestimado, “El Arete” se reportó con su patrón y describió la situación. La respuesta indicaba que había que iniciar la investigación por su cuenta, no se podía perder más tiempo.
“Que me lleven con la mujer que informó sobre el retrato hablado”, pidió Jesús Arreola. Frente a la única testigo, aplicó su técnica de preguntas, enfocándose a los temas que “nadie había preguntado”.
—Señora, acuérdese por favor, ¿vio algo extraño en la mujer?
—No, bueno, cuando se levantó el chal para cubrirse la cara, le vi un tatuaje en el brazo.
La informante trabajaba en la tortillería, donde fueron vistas la mujer y la niña por última vez. El tatuaje fue pieza fundamental. El conocimiento de “El Arete” señalaba que la ladrona había sido prostituta. La sagacidad del investigador orilló a la empleada a revelar su pasado, también había ejercido el oficio más antiguo. Por fuerza conoció a la mujer.
Después de tanto insistir, llegó la respuesta: Cuca. La ladrona trabajó años atrás en diferentes prostíbulos, la última vez fue vista en Ciudad Juárez. La investigación se enfocó a la fronteriza ciudad. Sólo se logró conocer que ahí fue liberada y emigró a un poblado con minas en Zacatecas.
El viaje se perfiló al sur. Preguntando llegó a Sombrerete. La clave para encontrar a la mujer era que su hermano tenía una esposa sordomuda. Casa por casa pedía señas, al final dio con el hombre. “No la veo desde hace diez años, pero supe que se fue a México, su esposo trabaja en una fábrica de mármol”.
Astuto el detective, su argumento siempre fue que un soldado, con quien Cuca había hecho vida marital, murió y le heredó un dinerito. El tatuaje de Cuca tenía un nombre con letras rojas: Juan.
México, Distrito Federal. En la fábrica de mármol nadie recordaba al esposo de Cuca. Con una fotografía del sujeto en la mano, “El Arete” preguntaba a los empleados. “Ya sé quién es, vive en una colonia cercas, y hace lápidas de mármol”, respondió un obrero después de varias horas de búsqueda.
Durante el viaje a la capital del país, la madre de Adriana Julieta pidió ayuda a sus familiares, un hermano acompañó a “El Arete” en las pesquisas. Con el dato del obrero, llegaron a un humilde jacal. Desde afuera se veía en un lazo tendida ropa de bebé. “Ya me latía”, pensó para sí el investigador.
Toc, toc, toc. Nadie contestaba. Toc, toc toc. La voz de un joven se escuchó dentro y la puerta se abrió.
—¿No esta el señor?, Sabe, necesito que me haga un trabajo.
—No fíjese, salió de tempranazo al centro a comprar material, iba con su esposa, no sé si va a tardar, si quiere espérelo en la parada del camión.
—Oiga, ¿Pero cómo voy a saber quién es?
—¡Ah!, Pues su esposa trae un bebé de pecho.
Sentados en un auto Chevrolet, con el cofre arriba, pacientes esperaron. Diez camiones pasaron hasta que bajó la pareja. “El Arete” ya había instruido a tío, sólo él iba a hablar.
—Oiga, usted es José.
—Sí, qué se le ofrece.
—Unas preguntas, vengo de la policía, —dijo "El Arete" mientras con un rápido manotazo mostraba su "charola" de detective que guardaba en el pantalón.
Basado en el diálogo que tuvo con el joven que abrió la puerta de la casa, el investigador "atacó”: ¿Estuviste tomando anoche? ¿Estabas con tus amigos? ¿Terminaron a las dos de la mañana?
Las tres respuestas fueron afirmativas. Luego, para infundir confianza prosiguió: ¿Usas sombrero? ¿Tienes tenis? No, no, —contesto José. "El Arete" tiró el anzuelo: Es que fíjate que anoche "picaron" a un cuate y dio tu nombre, dijo que estuvo tomando hasta ya noche y mi comandante mandó a buscarte.
El marmolero alegó inocencia, su esposa respaldó el dicho (estaban a punto de morder el anzuelo) y el detective siguió con la actuación. —Bueno, si tú no fuiste, pues vamos a la delegación, hablas y te vas.
La idea del viaje a la demarcación de policía de antemano significaba una pérdida de tiempo para el hombre que tenía mucho trabajo pendiente en casa. Mientras dudaban, "El Arete" los tentó: Mira, si te acompaña tu mujer, le puedo decir al jefe que te atiendan rápido, que por el bebé llevas prisa. En una hora están de regreso.
Convencidos de que no había nada que temer, la pareja aceptó. El auto Chevrolet era de dos puertas. Los esposos tomaron los asientos de atrás. "El Arete" iba como copiloto. Poco después de arrancar el vehículo, el detective jaló el sedal: La presa había picado.
—Señora, por favor, deme a la niña.
—¿Qué dice?, ¿de qué habla?
—Oiga, pues que se trae.
—A que no sabe, dígale señora, dígale a su esposo que se robó a esta niña en Durango.
En la parte trasera del auto se generó una discusión, el marido exigía explicaciones a su mujer. El sorpresivo descubrimiento dejó aturdida a Cuca.
Guiados por el tío de la pequeña, los pasajeros del Chevrolet llegaron a la demarcación de policía. "El Arete" bajó y buscó al Subprocurador. En su saco llevaba el oficio girado por el Procurador de Durango, donde se avalaba el trabajo y se pedía el apoyo necesario para el investigador.
El funcionario leyó el documento. Llamó a dos de sus inspectores, los presentó y ordenó que auxiliaran al fuereño.
—Fíjese licenciado que me brinqué las trancas.
—¿Cómo? ¿Por qué lo dice?
—Es que ya traigo en el coche a la mujer y a la niña.
—Oiga, pues ¿a qué hora llegó?
—A las 11 de la mañana, señor.
El licenciado miró el reloj, eran las tres de la tarde, después observó de arriba abajo al detective: Bueno, ¿en qué más le puedo ayudar?
Una llamada al director del periódico en Durango fue la petición. Ya en el teléfono "El Arete" informó sobre el esclarecimiento del caso. Didier Bracho no lo podía creer, el Subprocurador tuvo que confirmarle. —Fíjese, es que a los inspectores de México ya les dieron gastos para ir a Tijuana, dicen que allá están la mujer y la niña.
Para coronar su logro, el investigador pidió un favor especial al Subprocurador. Escoltar él mismo a la mujer y la niña. Su patrón fue claro, la mujer se la entrega a Jaime García del Toro, inspector de la Policía en Durango.
El viaje se hizo en autobús. Irma Valdés estaba feliz con su hija. Cuca iba seria, retraída. Su marido se quedó detenido hasta que el Subprocurador recibiera la llamada del arribo a Durango.
Afuera de la ciudad capital estaba un retén policíaco, los VW sedán habilitados como patrullas estaban al pie de la carretera. El camión se detuvo y un "chilango" subió preguntando por Jesús Arreola Ríos.
—Presente.
—Señor, muchas felicidades, mire, aquí está un dinero como recompensa, por favor, entrégueme a la mujer.
—No, fíjese que no. Tengo la orden de entregar "el paquete" al inspector García del Toro.
Antes de iniciar una discusión, "El Arete" vio afuera al jefe. La prensa atestiguó la hazaña, todo era alegría. El abuelo de la pequeña se acercó al detective y le dijo: Pídame lo que quiera, lo que quiera.
Durante el viaje, Jesús Arreola ya había fraguado otro plan. Cuando estuviera en la rueda de prensa para afinar detalles, el abuelo haría una pregunta:
—Señor, ¿Cuánto le debo?
—Nada, no me debe usted nada, con el éxito estoy bien pagado y así le demuestro a estos señores (los inspectores) que una persona sin estudios también tiene lo suyo.
Dolor ajeno, dolor propio
En el tiempo de su juventud, Jesús Arreola conoció a muchas damas, algunas las quiso más que a otras, las elegidas llegaron a ser sus mujeres. Producto de cuatro parejas sentimentales, “El Arete” procreó 13 hijos, todos varones.
Junto a la puerta de su casa hay un pequeño altar, en él una fotografía tamaño carta, un joven de 21 años con ojos grisáceos mira fijamente, junto a la imagen una foto más pequeña: Jesús Arreola Hernández y su suegro murieron en un accidente el pasado 17 de junio de 2002.
Cuestionado sobre el altar, don Jesús quiebra su voz y dos lágrimas intentan salir de sus ojos. Un pañuelo neutraliza el brote. —Mire nomás, ahí está mi hijo, Jesús, se me fue hace un año.
Jesús, Jesús, el mismo hijo que años atrás accionó el gatillo de un rifle de postas y acertó en el ojo de su padre, hoy recibe tributo y es recordado con cariño y su ausencia causa mucho dolor.
—Cuando hacía investigaciones sobre niños desaparecidos o asesinados, pensaba en los padres y decía: ¿Qué sentirán? ¿Qué están pensado? Sabía que era muy difícil y lo vine a comprender hasta que murió mi hijo.
Además de los éxitos, Jesús Arreola también cosechó fracasos, de ellos, el más recordado se convirtió en traición, una traición que lo obligó a permanecer internado en un penal 11 meses. —Los celos policíacos son muy malos, dice “El Arete”, una rivalidad con un “compañero” desató la trampa que lo mantuvo en reclusión.
—La mejor escuela para el policía -y para el ladrón- es la cárcel. Ahí conoces a todos los delincuentes, sus amigos, sus trabajos, su forma de caminar, el significado de sus tatuajes, sus antecedentes, todo.
El tiempo en prisión no fue desaprovechado. La mirada analítica de Jesús Arreola permitió archivar mucha información. Al principio hubo algunos roces con gente que antes había internado, pero al final las cosas quedaron en claro y la libertad volvió.
Después de ese incidente, “El Arete” perdió la confianza de la policía como institución y decidió empezar a trabajar por su cuenta. Una oficina ubicada en la avenida Allende, cerca de la calle Urrea, fue el primer punto de partida.
El tiempo transcurrió y el sinfín de anécdotas sobre el rescate de niños extraviados, esclarecimiento de homicidios y otros trabajos no se agotaron. Hoy “El Arete” trabaja tranquilamente en el ramo de la Seguridad Privada. Sobre la Seguridad Pública hay una recomendación: “Necesitamos una policía realista, que tenga la confianza de su jefe, que evite se comentan los abusos”.
Enmarcado con una tira dorada, al centro letras negras: “Jesús Arreola Ríos, Detective Privado”. La tarjeta de presentación del investigador es regalada. —Para lo que se ofrezca, estoy a sus órdenes. La tarjeta es conservada, nunca se sabe cuándo se va a ocupar de un investigador privado.
Del hampa a la Ley
El origen fue muy especial. Antes de incursionar en la carrera policíaca Jesús Arreola Ríos, alias “El Arete”, tuvo contacto con el bajo mundo en una zona de tolerancia en Monterrey. De hecho, fueron sus conocidos quienes dieron el visto bueno para que se vistiera de azul. Sin la aprobación, nunca se hubiera decidido.
A los 12 años, Jesús emigró de Lerdo en un tren de carga: La aventura lo llamaba. Al final del recorrido, el niño estaba en “La Coyotera”, la policía lo detectó y como era nuevo lo detuvieron. Lavando patrullas y haciendo mandados, fue como Jesús tuvo su primer contacto con la policía.
Una semana permaneció en las oficinas. Después ya no había mucho por hacer, así que regresó a la zona de tolerancia donde rápido se acomodó haciendo mandados en una cantina, después, progresando, se hizo de un cajón de bolear y le tocaba dar grasa a los más peligrosos delincuentes.
Fue “Pedro El Chico”, quien le dio el apodo de “El Arete”. A los 15 años, estaba lustrando los zapatos de Pedro, —respetable malhechor en el mundo del hampa— cuando se quitó el arete tipo broquel con una piedra brillante color plata.
—Este arete se lo voy a dar al muchacho, tú eres el único que no debe estar aquí, los demás son una bola de ...
Con la entrega de la prenda, Jesús no podía contener su felicidad; muchos habían pedido ya el arete con anticipación, el elegido fue un joven que tendría un futuro prometedor.
—Fui el primero en traer el arete a la Comarca (Lagunera), por eso me empezaron a decir “El Arete”, pero luego muchos traían, se choteó y mejor me lo quité, pero el apodo, ahí se quedó, —explica don Jesús.
Dos años más transcurrieron desde el nombramiento de “El Arete”, cuando Jesús, a sus 17 años ya había subido otro puesto: Cantinero. En su lugar de trabajo lo mismo se reunían ladrones que policías. Ahí entabló amistad con quien después se convirtió en su compadre: Juvencio Cortés Rodríguez, agente del Servicio Secreto.
En 1947, la zona de tolerancia iba a desaparecer. Juvencio platicaba con Jesús y le dijo: —Oye, ¿por qué no te metes de policía?, si te decides yo te recomiendo. La invitación sembró dudas. Jesús pensaba en sus amigos, no se imaginaba uniformado capturando a uno. Había que consultar.
Fue “Pedro El Chico”, quien fundó la confianza en Jesús. Después de escuchar la invitación que hizo Juvencio, convocó a todos los de la “palomilla”. —A ver, pues aquí Jesús dice que quiere ser policía... ¿Algún problema? Todos guardaron silencio, luego vinieron las risas y también la aprobación.
El tiempo pasó y ya uniformado Jesús vigilaba las calles. Fue en 1950, cuando se registró un robo muy sonado: Los ladrones robaron 200 mil pesos a maestros. La acción ocupó la movilización de toda la fuerza policíaca, al final de las investigaciones hubo una hipótesis: Autorrobo.
Las antiguas prácticas de “investigación” policíaca orillaron a los tres maestros que llevaban el dinero, a casi aceptar que lo habían robado. Señalamientos públicos contra el Servicio Secreto de la policía llegaron hasta el Gobernador de Nuevo León, la corporación iba a desaparecer.
“Pedro El Chico” estaba comiendo un filete en el restaurante “Jalisco”, cuando llegó Jesús. El delincuente le preguntó sobre el problema que tenía a cuestas el Servicio Secreto y de pronto soltó la frase que desconcertó al joven policía: —¿Te quieres sacar un diez? La respuesta fue afirmativa.
Pedro le dijo a Jesús que le tenía a los ladrones y el dinero en un hotel. —Están todos amarraditos y bien borrachos, ayer me los puse, están listos para que vayas por ellos.
—Pero no puedo ir sólo, tengo que decirle a Juvencio.
—Bueno, nomás a él, pero que no venga nadie más.
Jesús corrió a informarle a Juvencio sobre el esclarecimiento del robo. Al llegar al hotel todo era cierto. La policía logró enmendar su error y el Servicio Secreto fue exonerado. Un humilde policía uniformado “atrapó” a los delincuentes. De ahí inició el ascenso en la carrera de Jesús Arreola, mejor conocido por sus amigos como “El Arete,.

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