domingo, 1 de enero de 2012

Mister Bloomberg quiere dominar el mundo.Michael Bloomberg ./ El genio que hizo `click´ HORST BRANDSTÄTTER.

TÍTULO: Mister Bloomberg quiere dominar el mundo.Michael Bloomberg .

Mientras la mayoría de las empresas periodísticas languidecen, el imperio mediático de michael bloomberg está mejor que nunca: ingresos millonarios, delegaciones planetarias, un canal de televisión, de radio, internet… y es que este sexagenario, alcalde de Nueva York, cuenta con un arma secreta. tan potente como su ambición. Se lo contamos.
Michael Bloomberg-- foto.


¿Y cuál es la fuente de su poder? A sus 69
años acumula una fortuna de 15.000 millones de euros que lo sitúa entre las 30 personas más ricas del mundo. Divorciado, dos hijos. De Boston. Educado en Harvard. Va por su tercer mandato como alcalde de Nueva York. Pero su ambición y sus recursos son tan formidables que los norteamericanos han visto en él al nuevo `Ciudadano Kane´.


Para entender a Bloomberg, se debe empezar por describir la compañía que fundó: Bloomberg L. P., de la que controla el 88 por ciento. Durante la década que lleva como alcalde, Bloomberg tiene prohibido influir en las decisiones de la empresa, aunque nadie duda de que es el timonel en la sombra y que la usa al servicio de sus intereses políticos. Por ejemplo, su reciente expansión desde Wall Street a Washington. En un momento en que la mayoría de las empresas periodísticas están en recesión, a Bloomberg le va mejor que nunca. Su sede es un rascacielos de 55 pisos en Manhattan. Tiene en plantilla más de 2700 periodistas, repartidos en 150 delegaciones en 72 países. Un canal de televisión enfocado a las finanzas, emisoras de radio, telefonía móvil, aplicaciones en Internet... Y sigue creciendo. Ha comprado la revista Businessweek y la gigantesca consultora BNA. Se rumorea que su próxima adquisición será el Financial Times. Pero lo que hace único al imperio Bloomberg es su particular gallina de los huevos de oro. La famosa terminal de datos, más conocida como `La Bloomberg´.



¿Qué es? Un ordenador omnisciente del que
fluye tal chorro de datos financieros y económicos las 24 horas del día que no hay inversor en el mundo que no esté pendiente de él. ¿Una exageración? Tiene 313.000 suscriptores, entre fondos, empresas, bancos... La suscripción mínima ronda los 1500 dólares al mes, aunque, según los servicios que se contraten, el montante puede ser mucho más caro. Muestra en tiempo real información sobre acciones e inversiones. Inunda al inversor de análisis, estudios, opiniones, posiciones... Una marea de cifras verdes o rojas, dependiendo de si los valores suben o bajan. Ofrece una radiografía exhaustiva de cada empresa, de cada valor, todo centralizado en la pantalla del ordenador, en la tableta o en el smartphone del inversor. De un solo vistazo. Permite, además, realizar compraventas en línea y en cuestión de segundos. Los mercados nunca duermen. Londres, Nueva York, Tokio...


La terminal proporciona a la corporación unos ingresos anuales de 6000 millones de dólares: el 80 por ciento de sus ganancias. Un cheque en blanco para que Michael Bloomberg haga con él lo que más le apetezca. Y lo que le apetece, dicen, es dominar el mundo. La revista Newsweek resume así la filosofía que alienta a la todopoderosa terminal: «Si uno de los principios rectores del periodismo es apalear a los poderosos, Bloomberg ha conseguido su fortuna reconfortándolos con todos los datos que necesitan para realizar sus labores financieras con seguridad y confianza». Así, cada noticia está barnizada con el sesgo Bloomberg. Por descontado, se protegen los intereses de Wall Street y la city londinense. Una burbuja donde el resto no importa... o importa menos. Donde la crisis de los periféricos adquiere connotaciones catastrofistas, con consecuencias dramáticas para los países afectados y opíparas para los especuladores. Y donde se pasa de puntillas por las malas cifras de los Estados Unidos y el Reino Unido. Endogamia patriótica.


La Bloomberg es también una máquina de generar scoops, esto es, exclusivas. Pero con una diferencia: esas exclusivas determinan el valor de las acciones de una empresa. Y eso son palabras mayores. Por ejemplo, el anuncio del lanzamiento de una nueva tableta lectora –Kindle Fire– propició que las acciones de Amazon se disparasen un cinco por ciento en cuestión de minutos.



La expansión es imparable y silenciosa. Con una dirección: el asalto de Washington. El magnate acaba de crear dos nuevos servicios por suscripción en Internet, BLaw y BGov. Su meta, seducir a los profesionales de la capital –abogados, lobbistas, legisladores– con un aluvión de datos, herramientas analíticas y noticias confidenciales, con el objetivo de que dichos profesionales terminen por sentirse incapaces de tomar decisiones sin consultar antes a Bloomberg, que ahora también proporciona a los suscriptores los codiciados datos de BNA, una agencia que elabora 350 boletines especializados. BNA no produce titulares de periódico, sino información confidencial sobre asuntos como el veredicto de un tribunal sobre una patente o el calendario de un proyecto de ley medioambiental. Bloomberg la ha adquirido por 990 millones de dólares.
Supongamos –explica Newsweek– que un lobbista que trabaja para una compañía carbonífera se propone impedir la promulgación de leyes que dificulten las operaciones mineras de su cliente. El lobbista se conecta a BGov.com (coste anual: 5700 dólares), que en el acto lo alerta sobre un proyecto de ley sobre la energía recién presentado en el Congreso. En la pantalla se inicia el carrusel de datos vinculados a la noticia. BGov muestra al lobbista qué subcomisión va a estudiar el nuevo proyecto de ley y cuándo va a hacerlo, quiénes son los congresistas clave y cómo dichos congresistas han votado en el pasado. El lobbista, a continuación, examina la información sobre las próximas elecciones en la circunscripción electoral del congresista de turno; resulta que dichas elecciones se anuncian reñidas y que el congresista no ha logrado recaudar muchos fondos para su campaña. El lobbista, después, revisa el listado de sus donantes principales, quienes pueden ser inducidos a aportar nuevos fondos o, mejor todavía, a hablar con el congresista. Estos modos de presión, y un sinfín más, son la especialidad de los lobbistas, y Bloomberg considera que puede aportar los datos necesarios con mayor rapidez que sus competidores.


Toda esta maquinaria parece engrasada para llevar a Michael Bloomberg a la Casa Blanca. De momento, discretamente. La corporación tiene previsto cubrir de manera exhaustiva la campaña presidencial de 2012. Será su banco de pruebas. «Los chicos de Bloomberg son muy, pero que muy listos. También están forrados de dinero. Y uno no se forra si comete errores», dice Robert Allbritton, uno de los comentaristas políticos con más influencia en Washington. Con los engranajes bien engrasados, el siguiente paso será postular a Michael Bloomberg para la Casa Blanca cuando abandone la Alcaldía, en 2014.



¿El cuento de la lechera? Puede, pero Michael Bloomberg es un tipo que siempre ha mirado más allá. Lo hizo cuando fue despedido de la firma de inversiones Salomon Brothers. Allí era el rey de los bonos. Uno de los ejecutivos estrella, pero lo `guillotinaron´ en 1981. Tenía 39 años. «Que me despidieran fue lo mejor de mi vida», suele decir cuando le hablan de crisis y de paro. «Una gran oportunidad que no desaproveché». Claro que le dieron una indemnización de diez millones de dólares, lo cual facilita las cosas. Montó una agencia de información económica por la que nadie daba un duro, teniendo en cuenta que sus competidores eran Reuters y Dow Jones. Pero Bloomberg se sacó su terminal de la chistera... y el resto es historia.


Llegó de manera sorpresiva a la Alcaldía de Nueva York en 2002. Prometió disciplina y mano dura. Para entonces ya era el hombre más rico de la ciudad, aunque su fortuna se ha triplicado desde ese momento. Es un tipo que suele caer bien. Muchos demócratas reconocen que es el único republicano al que votarían. Es campechano; hace chistes en público, aunque le cuesta hilar un discurso, pues se trastabilla y vocaliza regular; su despacho es un cubículo del mismo tamaño que el de su secretaria. Le gusta comer en restaurantes griegos y jugar al golf. Y ha donado millones a causas filantrópicas.



Como alcalde es severo y paternalista. Aumentó el número de agentes de Policía hasta llegar a los 50.000, más que el FBI y la CIA. Llenó las calles con miles de cámaras de vigilancia. Tiene la delincuencia a raya y apenas hay conflictos raciales. Prohibió las grasas ‘trans’ en los restaurantes. Y está embarcado en dos cruzadas: una contra la venta de armas de fuego –«No sé por qué la gente debe tener derecho a llevar armas, las armas matan a personas», proclama–; y otra contra el tabaco. Por cierto, que la compañía Bloomberg ha alquilado los 120.000 metros cuadrados de oficinas en un imponente edificio de la lujosa Park Avenue. ¿Su anterior ocupante? Altria, la tabacalera que se marchó de Nueva York por obra de la prohibición de fumar en locales públicos impuesta por él.


El caso es que sus políticas parecen funcionar: la esperanza de vida de los neoyorquinos ha aumentado 15 meses desde que llegó a la Alcaldía; la ciudad se ha recuperado admirablemente de los atentados terroristas y es un destino turístico de primer orden; y Bloomberg es tremendamente popular. Hasta Obama ha confesado que lo admira. Pero Michael Bloomberg, en 2014, tendrá 73 años. ¿Estarán los norteamericanos dispuestos a dejarse dirigir por un septuagenario cascarrabias? Y Michael Bloomberg ¿seguirá siendo capaz de tomarle el pulso al mundo?.etc.

TÍTULO: El genio que hizo `click´--HORST BRANDSTÄTTER

A este millonario se lo considera el rico más roñoso de la Lista Forbes. Cuando hace 60 años presentó un muñequito anodino, de plástico, pocos mostraron entusiasmo. Sin embargo, sus criaturas han conquistado el mercado sin apenas cambios. Como él, que sigue fiel a una extraña forma de dirigir. Le presentamos al padre de los Playmobil.



Son 2300 millones de seres extraños
, un tercio de la población mundial, más que chinos. Todos con sonrisa. Sin nariz. Bajitos (7,5 centímetros de altura). Y de plástico. Pero su imperio genera más de 450 millones de
euros al año.



Al frente de esta multitud, que se vende
en 70 países, está un empresario tan peculiar como los muñequitos que lo han hecho de oro. Se llama Horst Brandstätter. Es alemán. Tiene 78 años. A diferencia de los juguetes que fabrica, es raro verlo sonreír. Y, a pesar de manejar una fortuna, se lo considera el multimillonario más roñoso de la Lista Forbes, en dura competencia con el mandamás de Ikea. En el exclusivo club de golf donde juega cada día en Florida recoge los tees (unos clavos de plástico) que olvidan otros jugadores. Tiene miles. «Soy ahorrador», dice. Por eso va siempre ojo avizor por el green, rastreando las bolas perdidas entre los árboles. Presume de ser el único socio que siempre ha usado bolas de segunda mano. También tiene miles. En cambio, caprichos, pocos. «No necesito beber el vino más caro», confesaba en una entrevista a la revista Focus. «El mío lo compro por cinco o diez euros. Más no pago. El barco que tenía Playmobil 2 lo vendí. Solo los gastos fijos y la tripulación me costaban un millón y medio de euros al año. Ya no navegó. Ya he montado bastante en barco». ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Padece un extraño síndrome de Diógenes que le hace acumular bagatelas? Quizá la explicación es más sencilla. Este hombre ha hecho, de la necesidad, lucrativa virtud. Del ahorro obsesivo, un emporio. Está en su naturaleza. No puede evitarlo. «Soy así», dice.
Para comprender a Brandstätter, hay que remontarse al año 1974. La crisis del petróleo había paralizado el mundo. Y la empresa Geobra, con sede en Zirndorf (Alemania), que Brandstätter había heredado de su bisabuelo, se iba a pique sin remedio. Geobra se había especializado en la fabricación de juguetes de plástico. Llevaba una década inundando Estados Unidos de hula hoops. Brandstätter había perfeccionado una máquina que permitía fabricar de manera eficiente y barata los aros con los que se contornearon varias generaciones de adolescentes. Pero el precio de la materia prima se disparó un 600 por ciento. Así que Brandstäter ordenó a su equipo de diseñadores que ideasen algún juguetito pequeño, que necesitase poco material. Algo modesto con lo que salir del paso, para al menos no tener que echar la persiana.



El mítico Click de Playmobil, que por sus medidas se ajusta como un guante a la palma de un niño, se le ocurrió a Hans Beck (fallecido en 2009), un empleado taciturno que tenía experiencia fabricando muebles y al que Brandstätter había fichado personalmente, guiándose por una corazonada. «Era un tipo silencioso. Yo mismo hago las entrevistas de trabajo. Y normalmente los candidatos hablan por los codos para tratar de impresionarme. Pero este hombre era muy callado. Le hice algunas preguntas y me respondía con monosílabos después de mucho cavilar. Notabas el esfuerzo que hacía. Y me dije: apenas habla, ¡pero piensa! La mayoría de la gente habla sin pensar. Lo contraté sin dudarlo».



Por cierto, Brandstätter tiene a gala seguir haciendo las entrevistas de personal. Hace preguntas extravagantes, relacionadas siempre con el ahorro. Por ejemplo: «Si tuviera usted que viajar a Berlín con su mujer, ¿cómo se desplazaría, en coche o en tren?». Los obliga a que razonen qué es más asequible. Y se guía, como siempre, por la intuición. Así lleva las riendas de una plantilla de 3000 personas, como si fuera un negocio familiar. Con fábricas en Alemania, España, Malta y República Checa. Siempre en Europa. Se niega a ‘deslocalizar’ la producción instalando plantas en Asia, como hace la competencia. «No alcanzan el nivel de calidad que exijo», se justificó al semanario Focus. Calidad. Es en lo único en lo que no escatima.



Aunque en el fondo también hay otra razón. Se siente como un gran patriarca. Conoce a la mayoría de sus trabajadores. Y aunque sus gestores le aconsejen aligerar gastos de plantilla y prejubilar a algunos ‘dinosaurios’, se niega en redondo. No utiliza el teléfono móvil porque lo considera un gasto excesivo (y eso que contrató una tarifa plana de 250 dólares que cubría llamadas interoceánicas, pues reside la mitad del año en Florida con su mujer y sus dos perros). Pero lo dio de baja y se apaña con un viejo fax. Paradójicamente, es alérgico a despedir. Valora tanto el capital humano que se niega a recortar ahí, pese a que reconoce que sería lo fácil. «Yo he depositado mi confianza en ellos, y ellos en mí». También es un poco por egoísmo, reconoce. «Yo tampoco me pienso jubilar. Seguiré al pie del cañón mientras pueda. Dicen que un viejo detrás del mostrador es un obstáculo. Pero que le pregunten a mi gerente si es cierto o no». Su hijo espera en balde que papá Brandstätter le pase las riendas de la empresa. «Es demasiado cabezota y quiere hacer las cosas a su modo. En cuanto pudiese, cambiaría la forma de dirigir, así que he decidido crear una fundación para mantener nuestra filosofía».



¿Cuál es esa filosofía? «Nada de horror, nada de violencia, nada de tendencias que pasan de moda». Los Playmobil son un juguete con afán de perdurar. Pensados para niños de seis a doce años, los adultos los coleccionan (hay dos asociaciones en España: Aesclick y Somosclicks), han entrado en los museos, han propiciado debates políticos y filosóficos, tesis doctorales y documentales
que tratan de resolver la clave de su éxito. «Los presentamos en la feria de Núremberg de 1974 y no impresionaron a nadie», recuerda Brandstätter. Los primeros modelos todavía tenían nariz, eliminada posteriormente. «En realidad no la necesitaban». Y las manos no rotaban. Por lo demás, eran casi idénticos a los actuales. Un muñeco de lo
más minimalista, incluso anodino. «Pero no hay que fijarse en el juguete. Lo importante es lo que ocurre en la mente
del niño. El niño los ve y puede imaginarse historias
con ellos, puede montarse una película dentro de su cabeza. Ese es el secreto».



Policías, bomberos, enfermeras, indios, vaqueros, piratas... En el catálogo existen más de 300 referencias, desde las que recrean la vida cotidiana a los personajes de aventura, desde el Egipto de los faraones a los caballeros medievales. «Son roles, en definitiva. No tienen una identidad», explica el sociólogo Christian Haug. «De este modo, Playmobil se hizo un hueco en un mercado que suele ser bastante rígido: Barbie para las niñas, Lego para los niños... Los Click permiten a los niños jugar con unos muñequitos sin connotación sexual. Y viceversa, las niñas pueden aventurarse fuera de la casa de muñecas». Por otra parte, «son personajes `sin personaje´, el personaje lo inventa el niño», a diferencia de los juguetes inspirados en las creaciones de Disney o en las series de televisión. De hecho, Brandstätter siempre se ha negado a comprar la patente de algún personaje de moda e inundar el mercado con él. «Lo efímero no va con nosotros».



Esa voluntad de permanencia es consustancial a su carácter, pero Brandstätter no se fía. Ya estuvo a punto de caérsele el tinglado cuando se le acabó el chollo de los hula hoops, así que siempre anda explorando nuevos negocios. «Muchos piensan que siempre existirán los Playmobil. Yo no lo veo tan claro. ¿Quién puede asegurar que algo puede durar eternamente?». Inventó unas macetas con un innovador sistema de riego que se exportan a 50 países y le reportan 40 millones de euros anuales. «Es necesario diversificar, siempre creando cosas nuevas. Sin copiar a nadie. Es una cuestión de honor».



Pero huye de romanticismos. Pragmático y muy alemán, confiesa que fabricar juguetes o tornillos viene a ser lo mismo. Un problema de coste y efectividad. Geobra tarda una media de tres años en sacar a la venta un nuevo Playmobil y los complementos que conlleva, sea el garaje de los mecánicos, la pirámide de los faraones o el barco de los piratas. «Algunos tienen éxito y otros, no. Los albañiles se venden muy bien en Europa, pero en China no porque es una profesión que tiene muy mala fama». ¿En quién se inspira? «En las cartas que recibimos de los niños. Las leemos todas. Nos dan sugerencias, nos proponen personajes, nos dicen cómo mejorar algo, nos mandan dibujos y bocetos, nos dicen qué echan de menos…», cuenta Brandstätter. A veces, los intereses infantiles chocan con la filosofía corporativa. Por ejemplo, los primeros policías y sheriffs de Playmobil no llevaban pistola. El mundo idealizado de los juegos no debería ser violento, pero recibieron miles de cartas de niños frustrados porque no podían detener a los malos. Al final, Brandstätter dio su brazo a torcer. Al fin y al cabo, el cliente siempre tiene razón, aunque sea un `monicaco´ justiciero con la boca mellada y una noción rudimentaria del bien y del mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario