domingo, 1 de enero de 2012

BOSS ORANGE Y UNA SONRISA PERFUMADA.

TÍTULO: Una estación de perfumada poesía.

Alguien dijo acerca de Federico García Lorca, que su presencia traía felicidad, pasión y gracia. Edmundo, poeta y amigo, es todo eso y además recubierto de una impronta de sencillez. Su poesía es capaz de rescatar secretas vibraciones marinas haciéndolas palabras. El ejercicio poético-literario que nos propone en “Oleajes de Isla Negra”, es una navegación colmada de instantes insinuantes. Una llamada, casi un grito de erótico vaivén que nos lleva desde la aparición fugaz de Dulcinea de entre la niebla, la llovizna, bosques y estrellas, hasta la perpetuación del acto de amar, mezclado de mareas, soles nocturnos, océanos, gaviotas, cielos luminosos – toda esta atmósfera cuidadosa y metafóricamente creada – se mezcla y funde entre los eternos oleajes en playas y lugares que muchos conocemos, (se mezcla), con el sortilegio del oleaje piel a piel, cuya exudación sentimental y apasionada, hace emerger poesía.
En “Oleajes de lsla Negra”, vive la promesa del tránsito más allá de la muerte y constituye una manifestación humana particular del desconcierto y misterio que late más allá de la vida, es decir, que al hablar de la muerte, instala su colorida promesa de un mañana posterior al último después.
También se da tiempo para robarle un par de mordeduras al tiempo, dicho en palabras de él. Para pasear por otras latitudes, manifestando su enorme compromiso como hombre de raíces y de pasado apegado a la alegría de vivir y de enarbolar la bandera de la poética victoria al paso del tiempo.
El vino es una constante en la poesía de Edmundo, y este trabajo no es la excepción. Para él, el vino constituye la sangre viva de la poesía que desde el tiempo y los siglos, coge de las uvas la voz del heraldo poético que yace en estas páginas.
Este racimo de poesía yo lo siento, no sólo como una catarsis circunstancial que la inspiración transforma en doneé en alguien apasionado por el acto creador; ni un mero día primaveral o un cálido día de verano en las fronteras del sentimiento, sino que lo siento como la vivencia de toda una estación primaveral, que vierte sorbo a sorbo paisajes, colores y pasión cargado de fulgurantes descripciones que encuentran en el cotidiano de Edmundo un amante de la palabra, un amante que no trepida en la reiteración metafórica, en cuanto esta forma parte una y otra vez de la pulsación salobre que está regada en todo lo ancho del palpitar creador. Es, un poeta entregado a la felicidad nostálgica, tejida desde su natal Renaico, que se ve y escucha en versos como: “Escribimos en el viento la vigilia perpetua de esta noche en lsla Negra; se encienden oleajes entre las sábanas del enjambre de miel y llamarada; voy en el azar del viento” Se nota aquí el acto de entrega a la nostalgia, cualquiera sea el designio que prepare el destino. Por este mismo acto, todo el libro es, además, una negación permanente
al abandono, en ese sentido, Edmundo no es un poeta solitario, indudablemente que no lo es, y la epifanía del amor para él, es la permanente compañía. He aquí el símil entre oleajes y mujer, como una abierta revelación y plasmada en estos versos.
Estas olas en la portada del libro anuncian toda la fuerza de esa sempiterna continuidad que viene en la palabra escrita, no sin antes recorrer los caminos de la sangre y otear los caminos del deseo, lo que es una negación de la soledad que se hace himno en estos poemas cargados, como ya está dicho, de un erotismo desbordado y de una ebriedad presente en símbolos como la luz, el corazón, las abejas, el viento y las sábanas entre otros, recorriendo (estos símbolos), los distintos grados de la ebriedad sentimental del eros, el que, cual volcán, va preparando el orgasmo poético unido a la fiel compañía de la hembra mar en donde el poeta se entrega, se entrega y se entrega.

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